sábado, 21 de marzo de 2020

Mi crítica de "Bananas" (Cine- Woody Allen- 1971)

Sigo con la reseña de mi curso-seminario "El Seleccionado Sub20 de Woody Allen" o las películas del neoyorquino que quedaron fuera del curso primordial. Esta vez con su segundo largometraje integral: "Bananas", de 1971.
Película de Allen con un argumento influenciado por la coyuntura mundial de la época: los levantamientos latinoamericanos y la guerra de Vietnam, lo motivaron al momento de redactar el guión y, aunque se alejó precozmente de la política, en sus primeros años de cineasta estuvo a favor de Jimmy Carter y de Lyndon Johnson y luego apoyó a Clinton y a Obama.
Es en este film en donde Allen aprende que en la comedia todo tiene que ir muy rápido, casi como en una película de acción, y que lo mejor es rodar muy de prisa, sin pensar demasiado las tomas, tratando de que el espectador quede enganchado desde los primeros minutos de proyección.
Como un aficionado a conocer el carácter latinoamericano, con excepción de los asuntos más divulgados, y contando con un presupuesto exiguo que lo obligaba a prescindir de la cantidad de extras que necesitaba, supo, no obstante, otorgar a la película un "timming" y una gracia superior a su película anterior (su debut como director: "Toma el Dinero y Corre").
"Bananas" se impone sobre la predecesora con algunas novedades. La principal es la política. No faltó quien, a propósito de esta incursión le haya reprochado la falta de humanidad de burlarse de un tema tan serio como fueron los golpes de Estado de América Latina. No obstante, en el film queda a las claras que Woody es un escéptico con respecto a los cambios revolucionarios -entiéndase por "revolución" un cambio de sistema gubernamental-, con la seguridad que la instalación de un nuevo poder por medio de los golpes de Estado sólo conlleva a la creación de un Estado dictatorial  por parte de los altruistas que arriben a la victoria. Asimismo, la burla hacia los focos de resistencia, fue el pie necesario para una nueva cantidad de críticas en contra de Woody, quien, pese al marcado carácter político del argumento, no arroja toda su satirización en este campo. Muy al contrario, es la sociedad norteamericana la que termina siendo puesta en la picota, la intervención de la C.I.A.: en el golpe militar en la República de San Marcos es clara y remite al dominio que, sobre este terreno, ejercen los Estados Unidos. La autocrítica llega de este modo a su punto más alto, minando al "stablishment" americano.
Aquí aparece por vez primera un trabajo ideado para el personaje de Fielding Melish (Woody Allen), el de probador de nuevas tecnologías. En películas más autobiográficas será escritor de TV, escritor literario, guionista de cine, crítico, director, y un largo etcétera. Que siempre lo incluyen como su propio personaje. Después de asistir a los títulos, lo vemos probando el "executor", una oficina ideada para que el ejecutivo realice deportes mientras trabaja, una crítica despiadada a la manía por el trabajo del cuerpo y los ejercicios intensivos de la vida actual. Mas la prueba es un desastre. Woody no consigue dominar el invento. Los problemas de Allen con las máquinas también quedan reflejados en este film (y prácticamente en todos). A pesar de que a Woody no le gustan las comparaciones con Chaplin, no se puede negar que esta secuencia se inspira en otra similar de "Tiempos Modernos" (Chaplin, 1935), en la cual el hombrecito se ve obligado a probar unas máquinas expendedoras de comida que permite a los empleados comer mientras trabajan para economizar tiempo. Incluso la similitud se estira hasta esa sonrisa airosa cuando todo marcha bien, la cual se congelará y transformará en una mueca asimilable a la de Chaplin cuando todo se convierte en un desastre. No sólo imita el gag de Chaplin sino que lo actualiza. "Las máquinas me odian", confiesa Fielding a su amigo. Y habla además de por sí mismo, por todos los personajes de Allen y, cabe presumir que, también, por el propio Woody Allen. La máquina más característica de Fielding, su Wolksvagen, está abollado, marcando que no se lleva mejor con la máquina cotidiana que con los mecanismos experimentales.
Estamos ante el segundo film integral de Woody Allen (actor-guionista-director), y el primero dedicado íntegramente a la política -el segundo será "El Dormilón" (1973)-. Este comparte todas las características de los demás films de Woody en el pasado y en el futuro: por ejemplo, el de no aparecer en la película de inmediato, sino pasados alrededor de cinco minutos y los títulos, y lo descubrimos semioculto bajo un escritorio. Otra constante sería que no es capaz de escribir todavía diálogos para más de dos o tres personajes por película, cosa que se revertirá a partir de "Annie Hall" y de "Interiores".
Algunos años antes de rodar "Bananas", Woody escribió un libro llamado "Como acabar de una vez por todas con la cultura", en la que aparecen varios temas precisos contra los que arremete, que lo definen como un entrenado en muchos temas. Entre ellos se encuentra el psicoanálisis, la filosofía, la mafia, las memorias de guerra, las biografías, Ingmar Bergman -presentando una maravillosa obra teatral corta bautizada "El Séptimo Sello", sátira de la película homónima de Bergman-, la tradición judaica, el ajedrez, lo regímenes de bajas calorías,, los libros de recuerdos, las películas de terror, los espectáculos de mimo, la historia de los grandes descubrimientos, las novelas policiales, y las revoluciones en Latinoamérica, que subtituló "¡Viva Vargas!"
Redactada en forma de diario y ridiculizando a la guerrilla -ya apuntada posteriormente en "Bananas"- y el fracaso de un grupo revolucionario por culpa de un aburrido narrador. Cita la canción "Cielito lindo", que aparece en varios de sus artículos.
El hecho de que Woody Allen fuera el sustituto norteamericano de los cómicos clásicos que pergeñaban sus propias obras, pareció acabado para que la mayor parte de los críticos, quienes pasaron por alto una serie de gags sin éxito, como el valor de un escritor satírico e imaginativo, tuvo que saldar cuentas, aceptaron su visión mundial como algo digno de mencionar. "Realmente precisábamos a Woody Allen y, si no hubiera aparecido, tendríamos que haberlo inventado. 'Bananas' es la cima del absurdo", escribió la crítica Bridget Byrne en el "Harold-Examiner" de Los Ángeles. "Variety" etiquetó a la película como "la última y estrafalaria incursión de Woody Allen en lo improbable".
Pero William Wolf de "Cue" preguntó: "¿Cuántos de los gags fallidos de Allen puedes tolerar junto a su genio? La cuestión de equilibrio planea sobre la última e irreverente cabriola de este hombre creativo y con talento". Esta última sería, en un futuro próximo y no tanto, la que seguirían las crónicas por venir de las obras que separarían a admiradores y enemigos de Allen. La mayoría de los difamadores señalan la sobreestimación de una gran cantidad de escenas cómicas en sus películas, al tiempo que defienden sus partidarios que  tanto en las películas de Chaplin como de los Hermanos Marx, hay muchos más fracasos de los que se cree. Su enormidad, al igual que la de Woody, se instala en el golpe global, así como en esos gags que sí funcionan, y no en pobres fracasos en un artista ingenioso y sanguíneo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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