viernes, 23 de junio de 2017

Mi crítica de "Los Vecinos de Arriba" (Teatro)

Ayer fui a ver esta comedia del catalán Cesc Gay, primera obra de teatro que escribe ya que es más reconocido como cineasta y guionista (su película "Truman", del año pasado se llevó los cinco Goya principales), y se nota que tiene todo el talento para ser un buen comediógrafo, claro, ayudado por los actores locales y el director Javier Daulte.
De lo que no estoy tan seguro todavía es de que el sentido de la obra funcione en todo el espectro de esta palabra. Atención que voy a revelar el contenido y el final de la pieza. Es tan frágil la posibilidad de armar una pareja y de seguir manteniendo vínculos de amor durante todo el tiempo, así como de deshacer esa misma pareja, parece querer decirnos Gay. Lleva tanto la construcción de un vínculo que parece muy azaroso que este se rompa con la fugacidad y la debilidad de una copa de cristal. La pareja en cuestión es la de Julio (Diego Peretti, sobreactuado) y Ana (Florencia Peña, excelente para la comedia), una pareja casada, con una hija, que ha llegado a un punto muy delicado en su convivencia. Discuten por todo, a ella le hubiera gustado tener más hijos, a él no, a ella le gusta bailar, a él no, ella quiere invitar a una picada a los vecinos de arriba, él no... pero se quieren, es el amor el que los mantiene unidos. ¿Cómo es que pasan de esa sensación de statu quo a querer romper lazos, me pregunto yo? Y la respuesta está en el título de la obra. Por culpa de los vecinos de arriba. Julio y Ana ya casi no hacen el amor, y por lo que cuentan, la pareja de arriba lo hace muy frecuentemente y muy efusivamente, son los gritos de ellos los que se escuchan cada vez que tienen un orgasmo, y esto tiene que terminar, decide Julio y se los va a plantear en la picada que por fin ha preparado Ana.
Ellos llegan y los agarran en plena discusión. Los vecinos son Salva (Rafael Ferro, muy gracioso) y Laura (Julieta Vallina, excelente actriz todoterreno); él es bombero (el chiste de referirse siempre a la "manguera", como diría mi directora Elsa Orrea, más de tres veces no puede usarse porque ya no causa efecto, y acá se utiliza hasta el hartazgo) y Laura es psicóloga (y muy seductora, con un gran escote y abundante pechera). Lo primero que dicen es que quieren disculparse ya que les han ocasionado molestias por su forma de tener sexo... pero la que grita con los orgasmos no es ella sino Carolina, una amiga. Así nos vamos enterando que son swingers, hacen el amor con más de dos personas (aunque nunca han superado los ocho) y esto va erotizando el ambiente. De aquí en más no se hablará de otro tema más que de sexo, teniendo algunos diálogos poco afortunados y otros sí, muy brillantes. Es patético cómo ríe la gente cuando Ana le vuelca el vino sobre el pantalón a Salva y trata de limpiárselo con una servilleta sobre su miembro (seguimos comprobando que a la gente le gusta lo vulgar). Hablan de sus respectivos partenaires de sexo y de sus proezas, y piensan que esta es la forma de comportarse más común del mundo. Simplemente no cabe en su constelación que Julio y Ana lo hagan solos. Y para eso vinieron, para proponerles unirse a la fiesta...
Enseguida salta Julio diciendo que él no es un pervertido y Ana parece tentada a sucumbir a la tentación, es más, ya ha dado el primer paso que es durante mucho tiempo pasearse desnuda por el living (sin cortinas) para que su vecino la espiase desde el departamento de arriba, lo cual sale a la luz en esta fatídica noche. El lenguaje que se usa no es precisamente el más académico, pero tampoco nos vamos a asustar por eso. Lo que yo me pregunto, ¿es preciso provocar al espectador con la historia de los swingers? ¿Hay algo que pueda realmente modificarnos en lo que va del siglo XXI? Y me contesto: esta obra no me provoca en lo más mínimo. Sí me provocan obras que apuntan a desestructurar lo más revulsivo del ser, como podría ser -se me ocurre ahora, por decir algo- "La Nona", de Roberto Cossa o "Decir sí" de Griselda Gambaro. Porque son obras eternas, que apuntan, de manera cruel (es el teatro de la crueldad) a simbolismos que pueden resultar muy actuales y movilizarnos desde otro lugar, que quien las haya visto sabrá comprenderme.
Finalmente deciden no unirse a los juegos sexuales programados y tras una breve "sesión de terapia" que les hace la licenciada, ésta resuelve que deben separarse. Les propone que se abracen, y lo que primero es temor, se convierte en un abrazo cálido y plagado de amor. ¿Cómo se van a separar estos dos?, se pregunta uno. Pero sí, ya todo está decidido, como por arte de magia, esa noche Julio dormirá en el sofá y a la mañana siguiente empezarán los preparativos de separación.
Lo que tiene de buen tino para la comedia, para el timming de lo reidero, Cesc Gay lo pierde en construcción verista, o quiere sorprender con la novedad, no queda del todo claro. Lo que podría haber sido una comedia de salón queda empañada por chistes de muy bajo vuelo, como cuando Laura y Julio se quedan solos y ella intenta seducirlo y le dice: "Mostramelá". "¿Ahora?", replica él. "La casa.", contesta ella. O cuando Ana le dice a Salva: "Te quiero dar". "¿Qué?" "El cenicero" responde Ana. Aún así la cosa no pasa de las intenciones, del juego de seducción, de lo directo de la situación (acá no hay doble sentido para nada, al pan, pan y al vino, vino).
Los actores, como dije, levantan mucho la obra y están bien conducidos por un maestro para la comedia como es Daulte, sin esos dos factores la comedia no levantaría vuelo, y hay muchas cosas rescatables en ella, aunque no lo parezca. Lo principal es esa hora y veinte de carcajadas que nos prodigan aunque se vuelva dramático el final (siempre hay un chiste reservado para matizar la situación). Como les dije, una obra que me dejó bastante confundido, porque creo que las ideas del autor están confusas. Aunque de todos modos, la recomiendo...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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