viernes, 21 de diciembre de 2018

Mi crítica de "Bossi Big Bang Show" (Teatro)


Teatrix tuvo la excelente idea de estrenar para estas fiestas el "Bossi Big Bang Show" y demuestra que Martín Bossi es un actor y cantante (e imitador) completísimo y bien aceitado a la hora de manejar un show a la altura de los espectáculos internacionales. Siempre tuve un resquemor para ir al teatro a ver imitadores, lo consideraba un género menor, pero viendo lo que es capaz este muchacho, me saco el sombrero. Hay tres partes bien diferenciadas en este espectáculo dirigido por Emilio Tamer, pero cuyo centro indiscutido es Bossi: la primera serie de imitaciones de cantantes extranjeros, todos en inglés; una segunda parte con un ácido monólogo; y la tercera y final donde "reviven" a Alberto Olmedo y Javier Portales en su clásica charla del sofá y como el Manosanta. Todas las secciones del espectáculo están coronadas por el éxito y hasta una furtiva lágrima se deja escapar en el momento del homenaje a los capocómicos.
En el primer segmento, el más rico musicalmente y en cuanto a imitaciones, secundado por una gran orquesta y un coro de tres chicas, imita en breves fragmentos de canciones y sin solución de continuidad a Ray Charles (tocando el piano y con anteojos negros); Louis Armstrong, con trompeta incluída cantando "What´s the wonderfull world"; a Frank Sinatra con su típico sombrero en "New York, New York"; a Joe Cocker; Rod Stewart, con peluca y saco y corbata colorinche incluídos; a Elton John, ya en pleno éxtasis imitatorio; a Axel Rosel, con guitarrista de rock incorporado; John Lennon, con guitarrista femenina invitada; para deslumbrar con su impecable imitación de Michael Jackson en un baile en que parece de goma su musculatura, sacando los pasos y los movimientos exactos del bailarín y cantante y por último impacta con su versión de un Freddie Mercury en calzoncillos y chaqueta cantando micrófono en mano.
Instantes más tarde llega el actor/músico invitado Manuel Wirtz en una pobre actuación, destinada a alargar el show mientras Martín se cambia y se repone. Luego vendrá el momento del monólogo. Desgrana temas de actualidad como son el uso de los celulares y la tecnología que separan a las personas en lugar de unirlas, con una melancólica mirada al pasado donde "todo era mejor", no se tenía tan fácil acceso a las drogas utilizando todo el léxico "narco" para referirse a cosas de la vida cotidiana por ese entonces y revalorizar el papel del campito que les permitía jugar de chicos. No deja en pie los ritmos modernos como el rageeton o la cumbia, aduciendo que antes, la cumbia era un baile familiar y que cuando surgió la cumbia villera lo arruinó todo. Considera al grupo "Agapornis" como los "terroristas" de esta expresión, tomando viejos temas y aggiornándolos para destruirlos, y canta una versión muy irónica de "El día que me quieras" en versión "Agapornis". Critica el lenguaje de los chicos jóvenes (que lo han perdido) prendidos como están a sus celulares, Iphone, Tablets y demás porquerías y tiembla al saber que los chicos de hoy serán los profesionales del mañana y realiza una brillante composición de un médico de esta generación ante la dura tarea de tener que informar un deceso.
Finalmente revaloriza los bailes de los "lentos", e invita a subir al escenario a una pareja menor de 25 años para que aprendan cómo fueron concebidos. Hace parar a todas las parejas mayores de 40 años y la orquesta toca un lento para que bailen y "chapen" como en los viejos y queridos tiempos y concluyan con un beso. Por supuesto que todo el teatro accede, le sigue el juego y se forma un espectáculo muy emotivo al ver tantas parejas bailando apretados y besándose. Él se reconoce con sus 40 años como la última generación en bailar un lento...
Después viene un momento en el que se va a dormir, dando poro concluído el show e insta a mirar la tele. No se salva "Crónica", ni los pastores brasileños ni el mismo Santiago del Moro, y recuerda que antes podía dormir tranquilo porque existían los capocómicos...
Y ahí entra la emotiva celebración de Alberto Olmedo (Bossi) y Javier Portales (idéntico, en presencia y tono de voz, de la mano de Jorge "Carna" Crivelli). Están en su living del sillón que hicieron famoso, y el que los recuerda en la estatua de la Avenida Corrientes, esperando para ser recibidos y juzgados en el cielo. La verdad que su imitación de Olmedo lo designa como un actor completo y desgrana muy buenos chistes, no todos ellos lo que se dice finos, pero en el tono que usaba Olmedo para comunicar. Critican a los jugadores de la selección que no se saben el himno, entre otras ocurrencias certeras. Y reconsideran que en el cielo no esté todo prohibido, y que se les permita jugar. Y recuerdan cómo eran los juegos entre ellos. Y de ahí surge el "Manosanta".
En un rápido interín, Bossi se cambia de nuevo y aparece vestido como el truhán inventado por Olmedo. Hay buenos chistes entre ellos y aparece una sorpresa: la "Bebota". Sí, la misma Adriana Brodsky en persona se suma al juego y reinventa su personaje. Todo es ilusión, magia, juego, arrobamiento, placer. Pero pronto se termina y vuelven a su sillón. Cuando un ángel interviene y les dice que les toca su turno, ellos deciden bajar el escenario e irse a caminar por Corrientes, entre lágrimas y con el "Nessun Dorma" de fondo. Todo el teatro, conmovido hasta las lágrimas, los aplaude de pie. Digamos que estaban entre el púbico Roberto Petinatto y la "Tota" Santillán.
Un espectáculo mágico, con todos los lujos y esplendor, que es capaz de asombrar, divertir y emocionar. Y ahora está a disposición de todo el que lea estas líneas con sólo pulsar el "Ver Obra" que preanuncia este comentario. Disfrútenlo, así como lo disfruté yo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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