viernes, 28 de diciembre de 2018

Mi crítica de "El Hilo Fantasma" (Cine)

El diseñador de modas suele apropiarse del cuerpo de la mujer, hacerlo suyo, a través de sus modelos, que vestirán esas mujeres, del tomar medidas por doquier, del marcar con alfileres y tiza, y por sobre todas las cosas se adueñan de la cabeza de la fémina a través de sus gustos y su concepción de lo que les gustaría ponerse. Algo por el estilo le pasa a Reynolds Woodcook (Daniel Day-Lewis, en lo que sería su último trabajo para el cine, antes de abandonarlo), un  modisto profesional de renombre, con quien se visten las princesas prontas a casarse y las damas de sociedad. Él es un adicto al trabajo y, por lo que se ve a primera vista, un hombre encantador. Pero no todo es tan así... Trabaja codo a codo con su hermana Cyril (Lesley Manville) y recuerdan mucho a su difunta madre, con enfermizo cariño. Entre los dos han creado una cofradía casi simbiótica e incestuosa en dónde es muy difícil que entre otra mujer. Es además un neurótico obsesivo, que trabaja todo el tiempo y vive para lucir sus modelos y cualquier cosa lo saca de su centro. Pero parece un hombre abierto cuando conoce a Alma (Vicky Krieps) una mesera de un restaurante a la que seduce e invita a cenar. Todo va bien, sólo que después de la cena la invita a su casa de campo a pasar la noche, y lo que ella se ilusiona va a ser una velada de sexo desenfrenado se le agría al instante.
Sí, porque recién llegados a la casa él le pide un favor: a saber, que se pruebe uno de sus vestidos y le deje terminarlo en su propio cuerpo. Nada más desalentador para la joven y bella Alma, que soñaba con la seducción del macho alfa. El pincha alfileres por aquí y por allá y le alaba el buen cuerpo que tiene: las proporciones exactas y además poco busto (de lo que ella se acompleja) pero a él le parece perfecto. Y cuando arriba Cyril la cosa se descompone aún más, ya no hay esperanzas de sexo esa noche ni lo habrá en todas las siguientes. Reynolds dicta números de talle como un poseso y su hermana escribe y Alma pone cara de desilusionada. Lo que parecía una cena romántica deja ver a las claras que ella se ha estado enamorando de un obsesivo e histérico. La relación recién comienza, pero él la invita a vivir a la casa con él, pero sólo por una comunión de trabajo, la convierte en su manequin especial. Todos los vestidos pasan a trabajarse en su cuerpo y, si él hace encomio del cuerpo femenino es sólo por una cuestión de trabajo. Duermen en cuartos separados, tan sólo a metros de distancia y se levantan a las 4 de la mañana para trabajar.
Ella mientras, monologa ante el médico familiar y toda la película resulta ser un flashback de ese monólogo a posteriori, en el que ella dice que nunca amó a nadie como a Reynolds y que le dio todo cuanto él le pedía, y era un hombre difícil de complacer. Porque ella le dice que lo ama, y él, como si pasara un tren, ni responde ni le dice que él también. Sólo están juntos para complementarse como creador y criatura (hay algo de "Pigmalion" en todo ésto). Desayunan juntos, con hermana incluída, y Alma unta las tostadas con manteca y hace ruido al comerlas, lo que trastorna completamente al desquiciado de Reynolds, ahí nos damos cuenta de la verdadera envergadura de su débil mentalidad (que él dice sin embargo que es muy fuerte). Cyril le aconseja que desayune después que él o que lo haga en su cuarto. Ya no le va gustando nada la convivencia a Alma, aunque hará todo cuanto sea por complacerlo ya que es su verdadero amor.
Se han encontrado ambos: inspirado e inspiradora, y pasa a trabajar con él y su legión de veinte costureras que cuentan hasta los últimos detalles. Cuando la mecenas Barbara Rose se casa por segunda vez (es ella quien sostiene la Casa de modas económicamente) le encarga su vestido de fiesta y los invita a que concurran a ella. A regañadientes Reynolds va, junto a Alma, y mientras la anfitriona se desparrama en una mesa, presa de una borrachera Alma se enfurece y le dice a su novio que no es digna de llevar un vestido suyo. Entonces Reynolds no tiene mejor idea que ir hasta el dormitorio en donde vegeta la gorda y le pide a la madre que le devuelva el traje. Al oponerse ésta, entra Alma a la habitación y procede al quitado. Se van con el vestido al hombro por la calle, y allí es cuando él la besa, dándose cuenta de que siente una atracción por su discípula.
Alma decide prepararle una sorpresa a él, y mientras sale a dar su paseo vespertino y todas las empleadas se van a sus casas, ella piensa en quedarse a solas con él y regalarle una cena preparada por ella. Lo consulta con Cyril, quien le dice que no intente doblegar su rutina ya que lo sacará de quicio, pero Alma igual la manda a su casa y le prepara la cena. Cuando él vuelve de caminar se pregunta dónde están todos y qué ha sido de su hermana. Alma le dice que le preparó una sorpresa, y eso sólo será la mecha que encenderá la pólvora. Él acepta a regañadientes sus espárragos, pero en una tensa discusión le dice que se vuelva a la mierda de donde vino.
Ella no se va, pero decide envenenarlo con un hongo nocivo. El ritual de la comida, que sirve tanto para unir como para poner nervioso al divo, sirve también para la muerte. Ella muele el hongo y se lo incorpora a su té, que él bebe con fruición al día siguiente. Mientras echa un vistazo al vestido de la princesa, que tiene que estar listo para la mañana siguiente, se desploma sobre el maniquí y llega a duras penas a su pieza a vomitar. 
Sin embargo Alma lo atiende, lo cuida, y ante su negativa, no deja entrar al médico a visitarlo. Es un día de escalofríos y sudor, en que el paciente parece que va a morir. Pero Cyril no descuida el trabajo y hace que las costureras terminen el vestido para las 9 de la mañana siguiente aunque se queden sin dormir. Una vez repuesto, se acerca a Alma y le dice que la ama, que quiere casarse con ella. Ésta duda unos momentos y por fin le dice que ella también. Por fin se casan, con un modelo ideado por él para la novia y se van de vacaciones a Suiza, donde se encuentran con el médico de la familia a la que ella le prohibió la entrada. Una vez en el hotel, ella dice que quiere ir a bailar ya que es fin de año. Reynolds no quiere, como es lógico a un neurasténico de su tipo y Alma se va sola. Una vez vueltos a Inglaterra, él le dice a Cyril que ha cometido el error de su vida, que el matrimonio no sólo lo desconcentra sino que además lo está separando de ella. Alma lo escucha todo y decide envenenarlo de nuevo. Pero a pesar de cortar el hongo en grandes dimensiones vuelve a fallar. Encuentran una cierta armonía en la convivencia y en el cuidado y viven felices incluso teniendo un bebé, se ve que él ha salido de su ostracismo y ha decidido tener sexo con ella. Es la primera noticia que tenemos de ésto. Y así termina la extensa conversación (soliloquio) con ese médico afable que decidió prestar oído a las confesiones de una discípula de su maestro.
La película, estupendamente bien dirigida por Paul Thomas Andersson cuenta con una interpretación descomunal (como siempre) del nominado al Oscar por este trabajo Daniel Day-Lewis y asimismo por las dos mujeres que lo acompañan. El clima es sosegado, ideal para una tarde de lluvia, con melodías de piano lentas, entre los que se encuentran Brahms y Debbusy, dándole un tono entre tranquilo y cansino. El trabajo de fotografía también es admirable y todo conjuga para que el film sea altamente disfrutable. Para no dejar pasar. Y estuvo nominado al Oscar en el 2018.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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