miércoles, 2 de enero de 2019

Mi crítica de "Tres Anuncios para un Crimen" (Cine)

Parafraseando la película de David Cronenberg, esta se trata de "Una historia de violencia". No importa que sea latente o explícita, no interesa si sea cuando Mildred le perfora la uña y el dedo al dentista con el torno, ni cuando ella misma arroja bombas molotov sobre la comisaría; no importa si cuando es amenazada por un extraño que dice haber violado y matado a su hija, o cuando ella hace colocar los tres enormes letreros: es violencia igual. Y Mildred no se detiene ante nada, habiendo ya siete meses en que su hija fue violada, quemada y muerta en un descampado y ella debe luchar ante la molicie que define a ese grupo de policías que parecen chiflados (pero malos) en su anárquico accionar. La actuación de Francis MacDormand como esa Mildred, madre de Ángela Hayes, la jovencita de 16 años que debió soportar abusos y por fin la muerte, es absolutamente apabullante y no da respiro: es el rostro y el cuerpo de una mujer amargada, profundamente dolida que no esbozará una sola sonrisa durante todo el metraje del film y que decide hacer justicia por mano propia ante la indiferencia policial. Actuación que le valió un Oscar a la MacDormand.
En la punta opuesta se encuentra el comisario Willoughly (Woody Harrelson), un hombre que parece sincero, pero inoperante, que tuvo ante si el caso y no ha sabido dar con un solo sospechoso en siete meses. Ante él van perpetrados los tres grandes carteles en los anuncios que hay en las rutas: "¿Qué hay, Jefe Willoughly?", "Violada mientras moría" y "¿Todavía no hay arrestos?", que Mildred hace colocar pagando lo que no tiene a la compañía de publicidad del pueblo de Ebbing, Missouri, donde ella vive y ocurrió todo. Pero la violencia no acaba allí, ella es víctima en todas sus formas, es ex esposa de un ex policía que la golpeaba brutalmente y que la dejó por una chica de 19 años. Mildred misma trata con violencia a sus hijos, Robbie y Ángela la misma noche de su deceso, en que tienen una discusión ya que la niña se la pasa tirada en su cuarto fumando marihuana la mayor parte del dia, y le pide plata para ir hasta una fiesta, a lo que la madre se la niega y le dice que se vaya caminando. La chica contesta que sí, y que ojalá la violen. La madre se lo confirma: "sí, ojalá te violen y te maten". Nunca se cansará de arrepentirse de esas palabras que cual oráculo edípico marcó su destino. El ex marido la visita a menudo, y se suscita otra escena de golpiza que es interrumpida por un cuchillo de cocina que Robbie le coloca en el cuello al padre. Todo es así de violento en la convivencia de Mildred (quien tiene un acento sureño que le valió, en parte, el Oscar).
Pero el Comisario Willoughly tiene otro as bajo la manga (involuntario): tiene cáncer de pancreas y le queda poco tiempo de vida. Cuando se lo comunica a Mildred ella no mueve un solo músculo de la cara (que ya tiene atenazados) en signo de compasión. Y cuando la arresta y le escupe sangre en la cara, él se disculpa gravemente, antes de ser internado. Es acicateado por esta mujer fuerte y dolida quien le reclama la solución del crimen, haber tomado muestras de sangre de todos los hombres del pueblo o haber tenido una conducta conciliatoria hacia la resolución del asesinato.
Hay un muchacho, Wilby, el cadete de la agencia de publicidad, quien le hace colocar los carteles, un poco atolondrado pero buen muchacho, que está entre ceja y ceja de Doxon, otro policía (Sam Rockwell), medio estúpido pero muy violento que pone palos en la rueda para el esclarecimiento del caso. La policía es dejada acá como una manga de pelmazos torpes. Pero Willoughly, atenazado por sus dolores y por la propia incapacidad para resolver el asunto, decide poner fin a su vida aunque tiene una hermosa mujer y dos hijas chiquitas que lo acompañan bien. Deja cartas. Para su esposa. Para Mildred y para Dexon. A su mujer le pide perdón por la decisión de quitarse la vida y le agradece cada uno de sus momentos; a Mildred le pide disculpas por no haber podido esclarecer el crimen y le dice que fue él quien pagó los próximos tres meses de los carteles, lo que arranca la primera y única sonrisa que ella esbozará en todo el film. Y a Doxon le dice que hay que ser honesto, un buen policía si quiere llegar a algo. Pero el día que éste recibe la noticia de la muerte de su superior no tiene mejor reacción que cruzar la calle, hasta la agencia de publicidad y arrojar al empleado por la ventana, produciéndole múltiples contusiones. Enseguida llega el reemplazante del comisario, un negro de rígidas órdenes y buen sentido común que viene a poner orden en la comisaría y lo primero que pide es la renuncia de Doxon. Este, a la vez, vive con su madre a la que amenaza con volarle la cabeza en cualquier momento (una vieja alcohólica que le dice a su hijo todo lo que tiene que hacer).
Luego vendrá la quema de los carteles, a los que Mildred intenta apagar, infructuosamente, con su matafuegos. Ella, en represalia prepara bombas molotov contra la comisaría y las arroja la noche en que Dexon está dentro leyendo la carta que le dejó su jefe. Recibirá quemaduras por todo el cuerpo pero se salvará. El nuevo comisario interpela a Mildred y a un enano que la acompaña y que ha sido el que sofocó el fuego en Doxon, y para cubrirla, éste le dice que están saliendo juntos y que ella estaba con él en el momento del incendio. Pronto llegan los carteles de reemplazo que Mildred, su hijo y el enano deben colocar a pulmón. Es en una cena que mantiene con el hombre de baja estatura, cuando se le acerca el marido de Mildred y confiesa haber sido el autor de la quema de anuncios. Ella no responde con ira (sin embargo), sino que le dice a la novia veinteañera que lo cuide.
Salido del hospital, Doxon está en un bar donde, pegado a él hay un tipo que se jacta de haber violado reiteradas veces a una jovencita, Doxon sale y toma nota de la patente del auto del sujeto, y una vez adentro se produce una paliza con lo que puede rescatar restos de su ADN. La llama a Mildred y le informa que está tras la pista el sospechoso. Ella le queda agradecida y por una vez en mucho tiempo renace en ella la esperanza. Pero Doxon aporta todos los detalles ante el jefe de policía, quien, luego de chequearlos, confirma que el sujeto no estaba en el país en el momento del crimen. Doxon se lo comunica a Mildred y esta se desarma, pero él le dice que ha averiguado el lugar en dónde vive el sospechoso y si quiere ir a hacerle una visita. Al día siguiente parten juntos, ya olvidados los rencores, como buenos camaradas, Mildred y Doxon a matar al tipo. Durante el viaje dicen que no están decididos a matarlo, que lo pensarán mientras van llegando...
Un film fuerte en contenido y forma, desgarrador como la vida misma y que no resuelve nada, el crimen ha quedado impune (todavía) y no hay mucha esperanza de resolverlo. Pero Mildred se ha definido como lo que es, una mujer fuerte, luchadora, que no va a dejarse vence y de armas tomar. Tal vez el mejor trabajo de Francis Mac Dormand en mucho tiempo, y eso que ella nos tiene acostumbraos a ejemplares desempeños. Y otro poroto anotado para el director: Martin MacDonogh quien supo imponerle toda la dureza y la crudeza que el tema necesitaba, así como cierto recato en las escenas más espinosas y dolorosas, como la de la violación, que nunca se ve. Un gran ejemplo de lo que el cine "oscarizable" e independiente puede dar. La recomiendo fervorosamente.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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