domingo, 27 de enero de 2019

Mi crítica de "The Portuguese Kid" (Teatro-Broadway)


Lo primero que quisiera preguntarme es de qué se ríen los norteamericanos. Ya estamos acostumbrados a escucharlos que se contorsionan de risa ante cada estupidez, pero aquí eso se hace más evidente, y para colmo los aplausos llegan en los momentos más inesperados para nosotros. Nuestro teatro, comparado con el de ellos está a años luz de comicidad y de talento, eso queda en claro. El nivel mental de los yanquis se ha reducido a las sitcoms de televisión, y esperan el remate de cada chiste para festejarlo en grande, aunque se trate de una trivialidad o una verdad de perogrullo. Eso es lo que deja traslucir "El niño portugués", una obra mediocre en cuanto a texto -no así en despliegue escenográfico, que para eso son maestros en Broadway- y actuaciones televisivas y poco transitadas en el teatro. En resumen, una obra adocenada de las tantas que nos llegan del mercado norteamericano.
Acá trabaja Jasson Alexander, a la sazón estrella de "Seinfeld", serie que nunca vi ni pienso ver, y que explica todo el éxito de esta obra: un actor exitoso de la TV, puesto a hacer lo que mejor sabe, one-liners televisivos muy festejados por el descerebrado público. Desempeña el papel central, el de Barry, un abogado exitoso que recibe la visita de una mujer cincuentona, amor de su niñez, Atalanta Lagana (Sherie Rene Scott), que llega para ofrecerle un importante negocio inmobiliario, la venta de su mansión y qué él percibirá el 4 ó 5 % de la ejecución, lo que se valúa en cientos de miles de dólares. La mujer ha enviudado dos veces, una de Vincent y otra de Jerome, y ahora tiene un nuevo amor: el veinteañero Freddie Imbrossi (Pico Alexander), un papanatas tan desagradable como la pasión que siente rejuvenecer a una cincuentona con alguien de la mitad de su edad.
Pero lo que hiere a Barry es que ese hombre fuera el antiguo novio de su actual mujer, Patty (Aimee Carrero) una morocha espléndida que luce su físico y su bello rostro para delicia del espectador, y que sobre todo... la hizo sufrir. Barry la rescató en su peor momento y ella le está eternamente agradecida por eso, pero se hace ilusión cuando se proyecta un almuerzo de negocios en casa de Atalanta, con el novio incluido, como brasas que todavía no se extinguieron. Así las cosas, se suma al cuarteto la omnipresente y maliciosa madre de Barry, la Sra. Dragonetti (Mary Testa), una metida que sólo hace denostar al "inútil de su hijo" y hacerlo enemistar con todas sus mujeres. La sra. Dragonetti ha sufrido la amputación de un dedo del pie a manos de Vincent, el esposo muerto de Atalanta, quien era cirujano de pies, y machaca con eso durante toda la obra, suponiendo que pudiese tener alguna gracia. Por otra parte, esta es una obra de salvatajes, el que le hizo Barry a Patty, y el que hiciera Atalanta a Barry cuando tenían 5 y 10 años respectivamente, a expensas de un niño portugués (sí, el del título) que amenazara con un abrelatas a Barry y él, sin capacidad para defenderse fue rescatado por la segura Atalanta. Por eso a cada nueva amenaza que encuentra en su vida, Barry responde "seguro que es portugués", como se refiere a Freddie, el nuevo novio de Atalanta.
La obra está planteada en cuatro cuadros con distinta escenografía y en diferentes espacios de tiempo, el primero en el bufete de Barry, el segundo en la habitación de Atalanta, que comparte cama con su novio, el tercero en el porche de la casa de Barry y el último en el  patio trasero de la mansión de Atalanta. Todos se suceden sin solución de continuidad y sin interferir la acción, mediante un escenario giratorio. Pero la "gracia" máxima de la obra reside en estigmatizar a los que votaron a Trump, a saber Barry y Freddie, sólo por el hecho de ser hombres y votar a un candidato masculino que competía con una mujer (a saber Hilary), es la conciencia del macho alfa no razonante ni pensante norteamericano que se deja deslumbrar por alguien de su mismo sexo aunque no tenga dos centímetros de cerebro y lleve a su país a la confrontación mundial, antes que dar su brazo a torcer de votar a una mujer. Si bien la obra peca de su actualidad (lo que la haría impensable de exhibir diez años más tarde), no por eso le insufla vigor estético ni pasa de comentario chistoso, no se puede fundar una obra en tan nimio argumento. La máxima idea que expone la pieza es cuando Atalanta exclama "soy mujer, soy una paradoja". Ahí nos hace ver un poco más de vuelo intelectual y poético, porque realmente bucea en lo que representa el alma femenina ante la concepción machista de la vida. Pero lástima que lo deja sólo como una frase y no explora más allá de ese dictamen.
La obra se abre en el estudio de Barry, en dónde va a visitarlo Atalanta, y deja expresar, entre otras cosas que siempre gritaba su nombre (y repetidas veces) mientras hacía el amor con Vincent, casi como una constante, tal era su fijación con su amor del pasado, aunque ahora estén en pie de guerra. Todo el diálogo es puramente enojoso, y suele surtir mucho efecto los gestos desmedidos por parte de las mujeres, cuando se comportan como unas energúmenas y rompen toda concepción de naturalismo a la obra. Por supuesto que durante el diálogo que llevan a cabo Atalanta y Barry, interviene la madre de éste, quien oficia como secretaria, en un tono tan guerrero contra Atalanta, como el de esta con la primera. Lo cual es muy celebrado entre el auditorio.
La segunda escena, en el cuarto de Atalanta nos hace ver que mientras mantiene relaciones con Freddie sigue invocando a Barry, y que este advenedizo novio veinteañero se quiere aprovechar de su fortuna, no así de su belleza (la mujer cincuentona no ejerce el mismo atractivo sexual que la joven esposa de Barry, por ejemplo, puestas las dos, como extremos de una misma cadena), haciendo poemas sobre su "trasero" (perdón por no decir "culo", pero así son las traducciones) y la luna, a los que compara, y sus grandes pechos como dos dibujos dejados, también por la luna (el chico es medio monotemático o corto de ideas). Allí se expresan la desconfianza de Atalanta sobre su amor y la necesidad de Freddie de que le compre un traje.
El tercer cuadro se desenvuelve en el porche de la casa veraniega de Barry, con su hermosa esposa en biquini y con un pareo, mostrando un físico muy bello, al igual que un fresco rostro de juventud, y expresa también la mezquindad de la nueva esposa por convertirse rápidamente en beneficiaria del 50 % de las propiedades de su marido y la intervención de la madre de éste que la combate a ultranza. Cuando le nombra que Atalanta está de novia con quien fuera su antiguo amor, le entrará una furia incapaz de contener y se autoinvita al almuerzo programado para el día siguiente.
Al otro día asistimos a la ceremonia de la comida en casa de Atalanta, donde, entre albóndigas extra picantes y  hamburguesas a medio cocer para Patty, que no puede probar el pescado, nos desayunamos que el amor entre Patty y Freddie sigue intacto, al besarla él y ella decidirse a abandonar a su marido. El traje que luce Freddie es bien mersa, con los pantalones que le quedan cortos y mocasines sin medias, y un chambergo que parece robado a un tanguero. Resuelven la venta de la casa, y luego de la huída de los dos jóvenes, los veteranos se quedan solos y se confiesan su amor. Perdonen si les conté el final, pero esta obra ni siquiera merece verse. Igualmente está disponible para todos los que quieran clickear el "Ver obra" y contemplarla, pero era mi deber hacer un resumen de la pieza. Espero que los haya satisfecho.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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