domingo, 13 de enero de 2019

Mi crítica de "La Heredera" (Cine-1949)

¿Es posible agregar algo que no se haya escrito ya sobre "La Heredera", esta notable película del alemán radicado en Hollywood William Wyler (1902-1981)? Sólo diré que para los jóvenes que se quieran arrimar al cine clásico de la era de los estudios de Hollywood, esta es una oportunidad invalorable, por la lucidez de su autor, por la claridad de pensamientos y porque el tema no ha pasado de moda. Se trata de la relación de un cazafortunas con una heredera joven y casadera de no muchas luces, que se enamora con todo su ser. Ya está. la resumí en una oración, me ahorré todo el trabajo posterior. Pero no, algo más habrá que comentar. Los inquietos que quieran asomarse a esta etapa del cine pueden hacerlo además desde producciones como las actualísimas de Otto Preminger o las siempre vigentes de Alfred Hitchcock, por poner dos ejemplos. Son películas vitales, que no aburren, que entretienen y que, como buenos clásicos, nunca pasan de moda. Además la fotografía y la iluminación de "La Heredera" son una verdadera obra maestra, sumadas a la música, que hacen de la vieja canción francesa "Plaisir d' amour" el leiv motive del film.
Pero vayamos a las preguntas. ¿Puede una chica rica fiarse de cualquier desconocido/conocido que quiera casarse con ella por un súbito amor? ¿No es más zorro viejo el astuto padre que lo ve todo clarísimo? ¿Puede endurecerse el corazón de la joven por un amor mal habido? ¿Y hasta dónde es justo echarle en cara sus limitaciones intelectuales y físicas a la joven enamorada? Sí, porque todo ésto pasa en el film, y mucho más. Realmente no es una de las películas tontas de la época sino una con gran visión de 365°.
Olivia de Havilland (ganadora del Oscar por esta película, que nación en Tokyo en 1916... y todavía no murió) compone a Catherine Sloper, la hija única de Austin Sloper (Ralph Richardson) y su finada esposa; una chica sin grandes atractivos, se muestra deslucida la actriz y con el pelo grasiento, sin dotes para la conversación ni para desarrollar un tema en profundidad. La acción transcurre 100 años antes que la película, o sea en pleno 1850. El padre es un médico de buen pasar y viven en una mansión señorial, acompañados por la tía Lavinia (Miriam Hopkins), una vieja casamentera que insiste para que Catherine salga de su ostracismo y concurra a fiestas para conseguir un pretendiente. En la primera reunión que va, donde se anuncia la boda de una prima suya, conoce al apuesto y seductor Morris Twensend (Montgomery Cliff, en su esplendor), quien enseguida la saca a bailar y le ofrece su atención. Es, a la sazón, primo del novio de la prima de Catherine. Promete ir a visitarla al día siguiente. Catherine está confundida pues nunca tuvo tratos con un hombre, pero el buen semblante de este la hace confiar. Al día siguiente se presenta en la residencia y, dejados a solas por la astuta tía, él le declara su amor. Claro, él es pobre como una rata, dilapidó su fortuna y ahora vive de lo que le quedó en forma de posesiones. Ella es un bocado apetitoso pues recibe 10.000 U$s anuales en herencia de su madre y, a la muerte del padre, esa cifra se triplicará. Deciden casarse cuanto antes, lo cual, visto así parece muy traído de los pelos, ya que él es un joven apuesto y puede fijarse en cualquier chica de New York antes que en la deslucida Catherine. Por eso, cuando ella le anuncia su boda al padre, este tiende a desconfiar, y le pregunta por qué no se lo dijo Mr. Morris en persona, a lo que ella contesta que prefería adelantárselo ella porque Morris entiende la desconfianza que Austin tiene hacia él.
Antes de que se presente a la mañana siguiente para hacer la declaración formal, Austin cita a la hermana de Morris para hacerle un breve interrogatorio, donde ella le da la razón de desconfiar de su hermano. Aún así se presenta Morris a la hora convenida y habla con el padre de Catherine. Este le dice que rechaza la boda por ser él un farsante, que sólo está allí por la herencia de Catherine y que no lo aceptará nunca como yerno. El pretendiente le había hecho jurar a su prometida que se opondría al padre en caso que el fallo no fuese positivo. Esta cumple con su promesa y se preparan a huir a la noche siguiente, haciendo que un cura los case en secreto y vayan juntos a pasar la noche de bodas a una posada y de allí emprendan su luna de miel. Bajo la lluvia, Catherine ve a Morris y le pide que la huída se produzca esa misma noche, ya que ha tenido una discusión desagradable con su padre. En esa confrontación, Austin le dijo que si ella se pensaba que en realidad la quería Morris, que cómo se iba a fijar en ella que era tan zonza y desangelada, que no podía mantener una conversación y que para lo único que servía era para bordar. Allí se da cuenta Catherine todo el desprecio que su padre sintió siempre por ella, vomitado en un sólo párrafo. Entonces es cuando le dice a Morris de huir, que rechaza la herencia del padre y que no quiere volver a verlo nunca más en su vida. Morris le dice que la espere esa noche a las 12, que pasará a buscarla en un carruaje y de ahí irán donde el cura. Catherine hace sus petates y se pone a esperar. Se presenta la tía Lavinia y ella la hace partícipe de sus planes. Entre las dos se ponen a esperar que venga Morris.
Pero el señorito no aparece nunca ni aparecerá. Ella sube las escaleras entre llantos, con el corazón destrozado y sus valijas impolutas y con veinte años más en su cara, realmente se le ha agriado el rostro. Pero el padre, sufre del corazón y se autoexamina y se da cuenta de que está próximo a morir. Así se lo hace saber a su hija, pero ella ni así se conmueve. Odia a su padre y se le ha endurecido el corazón. Le dice que no huirá esa noche ni ninguna otra ya que Morris la ha abandonado. Le pide que redacte un testamento para desheredarla, pero el padre se niega.
Después de la muerte de Austin todo vuelve a su cauce. Sigue viviendo Catherine en la mansión con su ejército de mucamas y ahora con su herencia completa. Cuando una tarde vuelve de paseo Lavinia y le dice que ha visto a Morris, y a los cinco minutos él toca el timbre. Llega con la cola entre las patas, le dice que tiene una explicación para todo, se la da, aunque ella no se deja convencer. Le dice que si aún lo quiere y ella contesta que sí. Entonces planean todo para salir de viaje de bodas esa misma noche. Pero Catherine no prepara sus maletas y le dice a la tía que ya le ha robado la esperanza y ahora pretende robarle el amor. Sigue con su bordado, y cuando él llega a buscarla, ella no le abre las puertas, mientras Morris queda afuera gritando desesperado su nombre, Catherine apaga las luces y sube a su cuarto. Se ha convertido en una solterona resentida y desconfiada ante el amor de los hombres. Me endureció la película, y cerré mi corazón a cualquier explicación de amor que pudiera darme señorita alguna, tanta es la potencia de las últimas imágenes del film con Catherine subiendo las escaleras con su lámpara mientras el novio se desgañita gritando afuera. ¡Se hizo justicia!
No quiero cerrar este comentario sin citar algunos de los grandes hitos de William Wyler, como "Jezabel" (1938), una versión de "Cumbres Borrascosas" (1939); "La carta" (1940); "La Loba" (1941); "Los Mejores Años de Nuestra Vida" (1944); "Vacaciones en Roma" (1953); "Horas desesperadas" (1955); "Horizonte de Grandeza" (1958); "Ben-Hur" (1959) y por último "Funny Girl" (1968). Todos grandes e imborrables títulos, mojones de grandeza que fueron forjando la cima del cine clásico norteamericano, la mayoría hecha por extranjeros huídos de la guerra. Una historia rica y valiosa a revisar de vez en cuando. No se pierdan esta o cualquiera de esas películas y disfrútenlas en grande, porque se lo merecen. Para un señor tan actual como el talentoso William Wyler.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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