jueves, 3 de enero de 2019

Mi crítica de "Salvajes" (Teatro)


No se dan una idea cómo me molesta que "Salvajes" haya permanecido durante bastante tiempo en cartel y tenga su público. Una obra degradante, que sólo apunta sus chistes a la grosería más escatológica (no digo a la simple mala palabra sino a lo más bajo de la argumentación) y sin ningún síntoma de inteligencia. Le tenía desconfianza ya que el elemento central es el mismo de "La madre que los parió", otra obra deleznable, digna de Sofovich o de Ricardo Fort, el autor es Juan Paya, uno de los actores de ese engendro y el director, el mismo, Héctor Díaz, quien como actor asume papeles que están acordes a su calidad interpretativa (que es sobresaliente), pero que, como director, se ha dedicado sólo a producir monstruos. El elenco era igual de anónimo: salvo Graciela Stefani (Emilia), la única con autoridad encima de un escenario; se suman Maida Andrenacci (Leticia), Federico Barón (el concheto del que no se dice el nombre); Juan Paya (Camilo, el encargado de seguridad); Payuca del Pueblo (Alexandra, un travesti que ostenta muy bien el nombre que se otorgó); Imanol Rodríguez (Matías "Tiburón", hermano de la anterior) y Andrés Rovetto (Claudio).
Entre todos sacan a relucir lo peor de la sociedad, tal vez como elemento crítico pero me parece que más bien se trata de hacer empatía con ello. La acción transcurre en el garage de un edificio de departamentos, en donde el encargado de seguridad ha abatido a un ladrón y lo tiene tapado, listo para meterlo en el baúl de su auto y dejarlo por ahí tirado. Mientras, mantiene de rehenes a todos los que de una u otra manera se han visto involucrados en el asunto y pueden salir y denunciarlo. Las tensiones son muchas, está Emilia, la presidenta del consorcio que se da aires de superioridad y es partidaria de llamar a la policía, Leticia, una chica "bien" con tendencias izquierdosas que se basa siempre en los derechos civiles y humanos, lo cual pone un toque de cordura al asunto, el consabido travesti, que debe soportar todos los embates ajenos debido a su condición, el hermano de esta, un desaliñado y pedante nuevo presidente del consorcio que ostenta su cargo sólo para "levantar" minas, el guardia de seguridad, pistola en mano, que no hace más que desocupar su baúl no se sabe de qué, Claudio, un "fumado" espiritista y "new age" que quiere exorcizar el cuerpo del difunto y el "tipo bien" que habla todo con un acento raro de clase acomodada y con estereotipos de mechar palabras en inglés y sin dejarse entender. Otro tema importante es la dicción y emisión de voz de los actores. Salvo a Graciela Stefani, de voz potente, a ninguno del resto se le termina por entender lo que dicen o quieren transmitir.
Y hago la aclaración de que no se basa en malas palabras, las cuales no me asustan, porque son expresiones claras y concisas. Así lo explicaba Pinti hace años: uno puede decir de alguien que es un bobo, pero si dice que es tonto, subimos otro escalón, ahora si dice que es un tarado, nos explicamos mejor, pero si decimos que el tipo es un boludo estamos un escalón más arriba, y ya es imposible dudar cuando decimos que el sujeto en cuestión es un pelotudo. Las malas palabras sirven para poner en claro el lenguaje, para darle categoría y rebajar al que lo merece; cuando Cervantes quiso decir "mierda" dijo "mierda" y cuando quiso decir "puta" no dudó en usar la palabra. Ahora bien, esta obra se regodea en el insulto rebajante, en la ordinariez gratuita y lo que es peor, en la imbecilidad.
Todos discuten si deben denunciar al asesino a la policía y entregar el cuerpo, pero llega a seducirlos la idea de trocearlo en pedacitos para hacerlo desaparecer, y tal vez pasarlo por la picadora de un carnicero amigo y hacer con esa carne empanadas, con las cuales alimentar a los niñitos de las villas... para que mueran... Se me dirá que la corrección política no siempre es la más efectiva en el terreno del humor. Como la autoritaria de Emilia quien quiere eliminar a la boliviana de la verdulería porque la estafó en el precio de los tomates, y que habría que poner a todos los bolivianos en un tren y devolverlos a su país.... Me parece que al autor Juan Paya se le va la mano con su xenofobia de adentro y de afuera.
Todos gritan, corren, farfullan sin que se les entienda nada y producen el caos sobre el escenario. Una obra execrable desde todo punto de vista para con las minorías y absolutamente rayana en lo repulsivo. No es apta para oídos y mentes bien entrenados en el arte del teatro, que tiene dignos exponentes en la misma cartelera porteña. ¿Y para qué seguir hablando de esta obra? Si quieren, pueden verla con sólo hacer un click porque a eso me comprometí con Teatrix, pero queda bajo la responsabilidad... de los seres humanos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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