sábado, 9 de marzo de 2019

Mi crítica de "Moscú" (Teatro)


El universo de Chejov es tan amplio, tan abarcativo, tan inconmensurable que hasta puede darse el lujo de algunas adaptaciones, como por ejemplo lo fueron en cine "Vanya en la Calle 42", de Louis Malle o "Agosto", de Anthony Hopkins (ambas excelentes). Acá nos encontramos con el mundo de "Tres hermanas", que también fue suficientemente adaptada para cine y ahora lo es para el teatro bajo la pluma de Mario Diament y con dirección de Daniel Marcove. Y toma el guante Teatrix de ser el primer estreno que nos regala para el mes de marzo. Y nada mejor que empezar marzo con un buen Chejov. "Yo escribo, -decía un personaje de "Celebrity", de Woody Allen-, ¿conocés a Chejov? bueno, como él..." Porque la escritura de Diament respeta muy bien esos ambientes chejovianos tan característicos y amables, en donde parece no pasar nada pero pasa un mundo de sensaciones y sentimientos. Y las tres hermanas del caso son Alejandra Darín (Olga), su hija en la vida real, Antonia Bengoechea (Irina) y la bella y talentosa Maia Francia (Maya), cada cual con sus complejos, su personalidad, sus gustos, sus manías, pero todas ellas unidas por el amor fraternal.  Ellas viven en un pueblito de provincias donde no ocurre nada, y el horizonte está puesto en Moscú, como paradigama de todos los sueños y utopías. Y es justamente de eso que habla la obra, de la utopía, que como toda esperanza se encuentra diez pasos más allá de donde nosotros estamos. Y ellas sueñan con irse a vivir a Moscú para estar en una ciudad cosmopolita por donde pasa el mundo. Por lo menos ese es el sueño más potente de Irina, la menor, la que todavía no resolvió su vida. Y como en todas las obras que sueñan con lo utópico sabemos que ese sueño nunca se concretará.
Olga, la mayor, es maestra y vive dedicada al colegio, no por eso ahorrarse risas y lágrimas para compartir con sus hermanas; Maya, la del medio, está casada con Fiodor, un hombre quieto que no le reserva mayores sorpresas e Irina, la más joven, todavía sueña con el amor, con vivir su vida de mujer independiente, de mundo, sin casarse ni tener hijos y conociendo todas las maravillas de la gran ciudad: leyendo los libros de los grandes autores, visitando museos, yendo a la ópera, a conciertos, al Bolshoi... Por eso es que casi toda la escenografía está compuesta por valijas, valijas con ropa, con objetos, con agua. Valijas que auguran un viaje, un cambio de rumbo, un nuevo horizonte.
Tienen otro hermano, Andrei, quien no aparece en escena, que se pone de novio y luego se casa con Natacha Ivanova, una chica rústica, ordinaria, sin el menor sentido del gusto ni de la elegancia, lo opuesto a las tres hermanas que visten de blanco inmaculado todas ellas como símbolo de su pureza de espíritu. Pero pronto, después de casarse, el hermano reincidirá en el vicio del juego, y , siendo él quien lleva las cuentas de la casa se atrasa ocho meses en pagar los impuestos y están en riesgo de perderlo todo. Aunque ese pueblo esté maldito, como sentencia Irina, en definitiva es la casa donde viven desde que vinieron de Moscú, donde vivían con sus padres, un difunto padre militar que bebía (mucho) y maltrataba a la madre, también muerta. Andrei y su esposa pasarán a vivir a la actual casa de las hermanas y piensan en desalojar a Irina de su cuarto porque no encuentran demasiado lugar para ellos. Y Natacha quiere despedir a Anfisa, la vieja criada que les ha servido durante años, y a lo que se oponen férreamente las hermanas. Por fuera hay una revolución contra el zar, que probablemente planea destituirlo (¿será la de 1917?) y corromper el mundo de comodidades en que viven las acomodadas hijas del general.
Siempre se está a la espera de algo, como en la memorable "Esperando a Godot" o en nuestro más humilde "El Acompañamiento", de Gorostiza. ¿Pero qué es lo que se espera? ¿El cambio? ¿La felicidad? ¿La muerte, tal vez? Eso pueden esperarlo las otras dos hermanas, que ya han realizado sus vidas, pero no Irina, que todavía tiene la vida por delante y el futuro delante de sus ojos. Por eso cuando la tientan de casarse con Tusenbaj, el más feo de los hombres, pero con una buena posición económica, ella lo duda, pero la convencen de que la llevará a vivir a Moscú y ella acepta. A un casamiento sin amor ni pasión, que por otra parte él venía programando desde hace tiempo: tardó cinco años en decidirse a declarársele. Mientras tanto Maya tiene un romance a escondidas con el Barón Beryini, lo que le ilumina el alma y la hace refrescarse un poco del imbécil de su marido. Es por eso que se desespera y quiere morir por él, metiendo la cabeza en la valija con agua. "Lo amo, lo amo", grita a voz en cuello. Sólo que ambos están casados y para esa época eso supone un amor prohibido. "Las cosas sólo se aprecian cuando no se tienen", sentencia Olga. Y eso es cierto si vemos el transcurrir de la obra. Son tres hermanas con un pasar promisorio que podrían haberlo tenido todo de haberlo querido o de haber sabido elegir mejor, y se encuentran en cierto punto sin nada. Sólo se tienen a ellas. El amor que se profesan y que es incondicional. Y nada más.
Lo que impera en esa casa es el aburrimiento, el tedio, el ocio, viven una vida burguesa que no las conduce a nada. "¿Cómo puede vivir una chica que desayuna a las doce en la cama -postula Irina- sólo para pasarse otras dos horas vistiéndose". Otro elemento que sobresale en la escenografía es un gran péndulo, como síntesis y metáfora del tiempo que pasa dentro de ese gran vacío. Esa nada. Ese no saber qué hacer, que Olga lo rellena repasando sus cuadernos de clases e Irina con sus colores de óleos pintando una valija. El ocio está también representado en otra frase: "Es esta ciudad que nos devoró el corazón como una gangrena". Por eso es que aún tienen esperanzas de salir de allí. Luego a Olga le ofrecen el puesto de directora de escuela, Maya tiene a su amante y sólo queda el futuro para Irina, futuro que también se verá truncado de la forma más terrible. No hay salida para estos pobres cuerpos con alma que pugnan por una vida diferente y mejor, menos patética.
Y la más cruel de las frases queda signada para Irina: "lo peor de los sueños es despertar y ver que todo sigue igual". Porque Irina todavía está en la edad de soñar, de planificarse una vida, aunque todo quede truncado de la nada como el despertar brusco y violento.
El mundo de Chejov es así, sutil, convulso, violento, enamoradizo, amante y profundamente esperanzador. Es por eso que lo seguimos viviendo y compartiendo a través de esas obras inmortales. Y bienvenida sea esta versión de "Tres hermanas" y su revisión de la historia. Aunque ahora hablen de "vos" sigue siendo igual de efectiva. Y qué decir de las actrices. Que Alejandra Darín es talentosa no es ninguna verdad revelada, pero acá confirma una vez más su valía. Que su hija Antonia tiene un gran futuro es otra verdad de Perogrullo. Y que Maia Francia es muy hermosa y admirable está también de más. Resta decir que la dirección de Marcove es sutil y repara en el mínimo detalle (como eso de que anden todo el tiempo descalzas o con medias), que utiliza el menor de los gestos de cada una de las tres para enmarcar un mundo expresivo está también proclamado. Es una obra bella y conmovedora que llamo a ver en un momento de paz y calma para el espectador apurado. Y gracias nuevamente a Teatrix.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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