lunes, 11 de marzo de 2019

Mi crítica de "Terapia Amorosa" (Teatro)

Segunda vez que visito al teatro del Picadero en estos dos meses, esta vez para asistir a la ejecución de "Terapia Amorosa", la obra de Daniel Glattauer con versión y dirección de Daniel Veronese, un experto conductor de comedias desaforadas y de peleas y conflictos teatrales. Por supuesto que la obra está bien aceitada y todo funciona a las mil maravillas, si bien no colmó mi expectativa en cuanto a comedia, puede ser porque ya tengo mucha comedia vista y le conozco todos los hilos, o bien porque esta no le da el pinet para hacerme reír a carcajadas. Y eso que se trata de "una de psicólogos", casi mi profesión y con la cual podría haberme divertido a mis anchas. No alcanza con que el terapeuta (Fernán Mirás) sea un conflictuado, que esté pasando por una situación bastante fulera y que la pareja que lo visita lo saque de sus casillas. No alcanza con que el matrimonio conformado por Juana (Violeta Urtizberea) y Valentín (Benjamín Vicuña) sea más una pareja de gallos de riña que una verdadera pareja de "pares". No alcanza con que los tres protagonistas sean excelentes comediantes y estén a la altura de las circunstancias. El libreto no alcanza a colmarme, y si bien, la veo con una sonrisa permanente en la boca no despierta mis carcajadas muy a menudo. Tal vez me esté poniendo muy exigente y quisquilloso con los años, pero ya no estoy para reírme porque un matrimonio se lleve como perro y gato. Falta algo más...
El director dice de su obra: "...Desde el comienzo, ambos se mostrarán tanto indomables pendencieros, como eximios manipuladores, y no sólo entre ellos, sino también con el terapeuta, quien intentará salvar los restos del naufragio, rescatar las luces,, no las sombras. Así la pareja en discordia, deberá avanzar por un campo minado, atravesar el laberinto en que se encuentran perdidos. Y aprender a escucharse, a entender que quizá no son perfectos, aprender también a pedir disculpas. A entender, en definitiva, el espinoso lenguaje de la guerra y del amor..." Sí, porque Juana y Valentín acuden a una terapia de pareja para desencontrarse más que para unirse, para perderse en lugar de buscarse, para servir de contrincantes en lugar de volver a ser la hermosa parejita enamorada que supieron ser en un comienzo. Porque todo se trata de remontarse al comienzo, cuando estaban enamorados, cuando eran capaces de seducirse y conquistarse con sólo mirarse, hablarse, besarse... Tal vez esa vuelta al comienzo será lo que los salve. Y como ese ejercicio que les hace hacer el terapeuta, llamado "el puño de Hamburgo", consiste en que el hombre sea capaz de hacer abrir el puño cerrado de su mujer, que simboliza a su corazón, y lo que en sesión no consigue Valentín ni aún mojándose el dedo en las encías para darle asco a Juana y que ella abra el puño, lo consiga al final, plantándole un gran beso en la boca como aquel primer beso bajo las aguas del mar. Claro, ella responderá con un beso igual de fuerte y de importante, que será en definitiva lo que salve su matrimonio.
Porque Juana y Valentín llegan a la consulta con todos los deseos de preservar el vínculo, no quieren ni hablar de separarse, porque saben que hay algo que los une. Y no son precisamente los dos hijos en común. Es el ansia por ponerlo todo en tela de discusión, es el movimiento y el calor que les origina una buena pelea, pero al final será el regreso al primer amor lo que los salve. Claro, para llegar a eso hay que pasar por mucho griterío, mucha histeria y mucha discrepancia, mucho estar al borde del abismo todo el tiempo. Todos los ejercicios que les propone el terapeuta a la pareja Dumont son inútiles, todos terminan en lo mismo, descubrir que el uno es para el otro su más acérrimo contrincante. Pero lo que los una finalmente, será tener un frente de batalla en común: un enemigo más grande que ellos se les pone enfrente y ese es el terapeuta con su propio fracaso matrimonial. Y como bien sabemos, cuando hay una fuerza más poderosa contra la que luchar los enemigos terminan volviéndose aliados. Pero los que hemos visto y disfrutado de "Toc Toc" y de "Bajo Terapia", sabemos que en el consultorio del psicólogo no todo lo que vemos es lo real, y empezamos a sospechar de todo. Y no fallamos. Hay un falso final, una gran vuelta de tuerca que pone todo en su lugar.
Y es a través de retazos que nos vamos enterando de la situación del terapeuta con su propia pareja, a la que está tratando, infructuosamente, de salvar. Primero atado como por el cordón umbilical a ese teléfono celular al que no para de responder whatsapps, siempre en pie de guerra, lo que hace desatender el caso de la pareja Dumont. Luego es la constante perturbación que sufre y que le lleva en más de una ocasión a gritarle a sus pacientes. Finalmente es el verlo desarmarse ante la llamada fatal de su mujer quien le dice que lo deja... Y vendrán las indiscreciones, cuando se vaya al baño a vomitar Juana y Valentín le escucharán el mensaje de voz que le ha dejado su mujer en donde expone las razones por las cuales lo deja: porque no hay conflicto, siempre la entendió, siempre supo poner paños fríos a la relación, le faltó valoro para una buena pelea. Y como en eso son expertos los Dumont, se las tomarán con él, ora burlándose, ora queriéndolo ayudar, gritándole, sacudiéndolo, hasta zamarreándolo de su pullover para incitarlo a la pelea con su mujer, que no se deje vencer, que no sea un "pechofrío", que le ponga pelotas al asunto y le dé el calor a su mujer, que ella tanto necesita, de una buena discusión. No basta que el perro labrador se llame Sigmund para dar a entender que tiene una pareja perfecta, ni a que su mujer sea mucho menor que él, una verdadera "pendejita", ni a que sus dos hijos gemelos parezcan ser fecundados "in vitro", le falta la llama vital que es que toda familia pase por su etapa de crisis, lo cual vemos al final que es verdad, que todos los consejos que dio a la pareja de pacientes se le vuelven en contra.
Porque al final nos vamos renovados, después de que ha lidiado con una pareja que entra en los anales de la psicología de todos los tiempos, como pareja guerrera si las hay, un trabajo que le costó su buena transpiración y toda su energía de terapista para ponerlos en órbita, para lograr que se escuchen, que puedan aprender del otro y aprehender del otro sus mejores circunstancias. Son muy arduas las discusiones, casi interminables que se plantean entre Juana y Valentín. Entre Valentín y Juana. Porque nunca se sabe quién es el que empieza ni el que la termina. Sólo hay ruido, en el mejor sentido de la teoría de la comunicación, como las interferencias en un mensaje que no permite ser decodificado. Y le piden al terapeuta un cierre, una conclusión que les permita irse en paz aún sin haber resuelto ningún conflicto -antes que se presente el frente de batalla común-. La respuesta que éste les da no es para nada halagüeña, los desconcierta mucho más, pero luego, el segundo final los pondrá activos a luchar por lo que creen que están allí.
Una comedia que si bien no me hizo desternillar de risa me resultó divertida y me dejó con preguntas, se puede ver muy bien antes de que baje de cartel, ya para fin de mes. Los tres son grandes comediantes y no hay ninguno que sobrepase al otro, los tres tienen sus momentos de lucimiento y los saben aprovechar. Otro éxito para Daniel Veronese en su calidad de versionista y director, que sale muy bien parado del ruedo que significa dirigir una comedia que no otorga ni un momento de respiro.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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