domingo, 1 de noviembre de 2020

Mi crítica de "Quedate conmigo, Lucas" (Teatro)

Anoche pude asistir virtualmente, gracias a la tarjeta Black de La Nación, a la emisión vía streaming de esta obra que viene trajinando los escenarios del Paseo La Plaza desde el año pasado con mucho éxito. Salida de la pluma de Hernán Casciari y bajo la dirección de Pablo Picotto, Luciano Mellera y Lucas Lauriente juegan a meterse en la piel de dos chicos de 5 años. Pero lo divertido de esta pieza es que, si bien tratan de temas de los que podrían hablar chicos de esa edad, lo hacen con un lenguaje y un aplomo de los adultos que son. Es decir, el estilo es elaborado pero el concepto es infantil. Y de esa conjunción salen los mejores chistes y las más lúcidas observaciones. Son dos chicos que están descubriendo el mundo, más cercanos al asombro que a la experiencia, pero con una mirada de adultos desencantados.

Luciano Mellera es Lucas, el amigo infalible de Alex, interpretado por Lucas Lauriente. Y lo hacen con gracia, con naturalidad, sin prejuicios ni el cuidado que dan los años, con gran cantidad de desplazamientos y movimientos, desacartonados, como dos chicos en plena experiencia lúdica y lúcida.
Todo empieza en el velorio del abuelo de Alex, donde está Lucas acompañando a su amigo. Acompañando de compañía, no en el dolor, ya que no lo sienten, están más bien aventurados a la experiencia de lo que significa lamer a un muerto... Sí, porque Alex ha probado que puede hacer como que le va a dar un beso a su abuelo y pegarle una regia lamida. Está fresquito como un conogol. Es una experiencia inigualable y sobrecogedora. Y trata de transmitírsela a su amigo, quien también prueba. Y resulta convincente el juego. Tanto que lo repiten infinidad de veces. Y juegan a pasearse moviendo la cabeza y hablando bajito, como los adultos cuando fingen el dolor, diciendo: no somos nada, a todos nos va a llegar, era tan bueno... y otros lugares comunes. De ahí pasa Lucas a explicarle a Alex que los grandes cuando tienen sexo también hablan despacito, y de cómo la noche anterior vio a sus padres "coger". Y de cómo éstos se hacían los distraídos y se arreglaban la ropa y decían que no estaban haciendo nada. Pero él los vio. Y luego le cuenta a Alex una experiencia de lo más extraña: se le paró el pito. ¿Cómo es eso?, inquiere Alex, "vos estás enfermo, te quedan dos semanas". No, le explica Lucas, fue mientras que su mamá lo bañaba, y como tenía la blusa mojada se le transparentaban los pechos y a él de tanto mirarlos, se le paró. Le dio culpa y gustito, afirma, por eso es que los padres no lloran cuando se van a bañar. Gran descubrimiento del mundo de los niños... y no será el único, pero sí el primero. Estamos en etapa de descubrimientos, todo es nuevo, todo es la primera impresión de un mundo que han venido a estrenar. Como que pasan al tema del gateo: "tratá de gatear", le sugiere Lucas a Alex. Y Alex trata: "nooooo... me duelen todas las articulaciones, ya no estamos para esos trotes" le contesta. Es que a los 5 años ya están muy maduros para eso... y muy endurecidos por la vida. "¿Sabés qué me gusta? -dice Alex- dejar a un grande afuera" Y hablan del poder que les produce tener ellos la llave de la casa y estar expectantes que uno de los padres se ha quedado sin entrar a la casa, y de cómo les dan indicaciones para que tomen las llaves y las introduzcan en la cerradura. "Los dos grandes placeres de la vida: comer Serenito con los dedos y dejar a un grande afuera". Pero es que a los quince minutos de eso resulta una gracia, a la media hora ya viene el reto, y pasada la hora viene el llenarles el traste de patadas.
Ya en el jardín de infantes -la escenografía es un módulo hecho todo con "rastis", esos bloques para encastrar con los que jugábamos de chicos, un gran mundo poblado de rastis- hablan sobre los beneficios de comer plastilina celeste. Lucas, el gran iniciado, lo ha hecho, mientras que Alex todavía no. "¿Qué esperás, tener 7 años para hacerlo?" Y descubren que la primaria es un lugar horrendo donde, entre otras cosas, te enseñan a escribir. Y te enseñan los números, de los que, dicen, que hay un montón. Alex reconoce que Lucas tiene pasta de líder, él tiene una admiración ilimitada por su amigo y lo quiere copiar en todo. Y entre otras cosas afirma que él se entretuvo con el chupete hasta los 4 años. Lucas afirma que él lo dejó apenas nacer pero que tiene uno escondido en el cantero, y que cada tanto se da una chupeteada. Y Alex afirma que su prima Micaela quiere jugar con él al doctor, y éste no entiende para qué, si cada vez que juegan empieza por la cabeza, y allá por las seis de la tarde llega a la chucha, justo cuando viene la tía y se la quiere llevar porque es muy tarde. Nunca llegan a verse completamente desnudos, y eso supone una gran frustración que no se supera con el paso del tiempo. Alex está festejando que hace un año que no se hace caca encima, pero teme una recaída en cualquier momento, como a los viejos, que se cagan todo el tiempo y eso se les permite porque ya son viejos.
Entre otras aventuras que corren juntos, está la de hacerle bulling a un chico de salita naranja, ese que está llorando enserio -porque todos los otros lloran para llenar de culpa a los padres, nada más- pero a ese se le nota que llora de veras porque se le mueve el tórax, otra de las grandes verdades de los niños. Entonces lo secuestran de salita y le entran a pegar con una vara y quieren cortarle el pelo con una de las inofensivas tijeritas de jardín de infantes.
A la noche Lucas va a la casa de Alex y se entretiene con la computadora y juega con un gallego que está del otro lado haciéndole creer que él es una chica de 18 años, es seguramente un viejo "teófilo... la cosa se va poniendo interesante cuando le pregunta si se baña sola -a lo que Lucas le contesta que no porque es ciega-, hasta que el hombre lo arruina todo preguntándole "¿ya se te humedeció el coño?". Entonces Lucas deja de chatear porque no entiende, él creía que iban a hablar de sexo, y le sale con eso... Pasan a hablar de cuando las madres están deprimidas, eso se nota porque andan todo el día en pantuflas, en camisón y te comen todos los chocolates. Entonces mi vieja debe estar deprimida- dice Alex- porque anoche me comió todos los Cabshas. La ventaja de no tener padre -Alex es hijo de madre soltera- es que los padres no te fajan. Lucas, el gran mentor, le dice que tiene que tener cuidado con los chongos que su mamá trae a la casa: si hacen fierros, son taxistas y escuchan AM seguro que te fajan. Pasan a hablar de los niños índigo, que son como los niños putos porque tienen sentimientos.
Lucas se quiere ir en ese momento. Alex lo detiene y le hace decir el por qué. "Porque soy imaginario", le descerraja su amigo, "¿no te diste cuenta que tu mamá nunca me saluda y que trae vasolet para uno solo?" Desde el 76 que lleva trabajando de imaginario para otros nenes, y al cumplir los 6 lo va a dejar para que él se haga amiguitos nuevos. Alex pelea contra él, lo sujeta de un pie para que no lo deje, "quedate conmigo, Lucas". Al final reflexiona y le dice que se quiere quedar solo. Al ser hijo único de madre soltera, Alex ha recurrido a un amiguito imaginario para aplacar su soledad. Finalmente se arma de valor y enfrenta el mundo andando en su bici, ya sin rueditas...
Una obra rica en detalles, que nos permite acceder al mundo de los chicos desde una visión de adultos, mucho mejor que todas esas obrar taradas para chicos que no logro comprender. Los dos son grandes actores y saben interpretar con solvencia un texto rico en matices e intrigas. No me arrepiento de haber visto esta obra desde mi casa. Un hallazgo. Para seguir a Mellera-Laurente.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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