viernes, 21 de julio de 2017

Mi crítica de "Cáctus Orquídea" (Teatro)


Siguen los estrenos de Teatrix, ahora nos sorprende con esta deliciosa e intrigante pieza que tuvo un singular éxito en el circuito off. "Cáctus Orquídea", escrita y dirigida por Cecilia Meijide. Y está jugada por cinco excelentes actores, que no puedo relacionar con los personajes por carecer de ficha artística esta propuesta. Ellos son: María Estanciero, Gastón Filgueiras Oría, Laila Duschatzky, Lucas Aviglano e Ignacio Bozzolo, secundado por los hombres y mujeres "de negro", encargados de ir montando la escenografía movible y funcional (escasa pero justa) y de incorporar algunos implementos.
Todo empieza con un joven escritor que quiere escribir su gran novela, pero le falta un tema e inspiración. A su encuentro viene Imelda, una guía de museo (de Bellas Artes) que va a contarle la historia que él necesita. Y le enseña la planta que le acaba de regalar el ferretero: un cáctus orquídea, especie muy poco frecuente y muy codiciada. Y así como asistimos al devenir de la obra en su totalidad, también podemos decir que es una pieza que se va desplegando sobre sí misma, que se va haciendo a fuerza de imaginación y talento a medida que transcurre la obra. Todos los actores compondrán varios personajes y retoman algunos otra vez, pero el núcleo central está en ese muchacho que escribe, en su compañera de aventura escrita, en el ferretero y su ayudante, en la camarera del bar y en el empleado del banco, que son los personajes más estables y estructurantes del relato.
La obra necesita de humor y lo despliega a grandes trazos, pero no por ello mínimos. Así tenemos la historia de Boris, ese ferretero descendiente de rusos que ostenta gran barba fidelcastriana y que se cambia los dos pares de anteojos constantemente, y de su ayudante, el "Peque", tan memorioso y verborrágico con todos los elementos que tiene la ferretería como buen reconocedor de los bares que están en el álbum de fotos que el empleado del banco le muestra y que heredó de su abuela. Todo lo que vemos es parte de esa historia que está siendo narrada por Imelda a Isaías el joven escritor. Y cambia de un espacio a otro, que se construye levantando tablas del piso que se convierten en mostradores, mesas o paredes, los marcos de las puertas que dan entrada y salida a los personajes de un espacio a otro y algunas pequeñas sillas
Otra de las cosas que el joven bancario ha heredado de su abuela son unas semillas mágicas de tulipanes de la India, que, al parecer, al abrirse uno de ellos permite conjurar el espíritu de quienes ya no están entre nosotros y despedirse de ellos como corresponde. A Boris se le ha muerto su esposa hace un tiempo, y lucha denodadamente por plantar en su casa una de esas semillas milagrosas, así como recurre una y otra vez al Museo de Bellas Artes para observar un sólo cuadro, un busto de mujer de Modigliani, al que abraza y despliega porque le recuerda a su difunta mujer. La flor por fin se abre, y en el momento en que Boris se acerca para reencontrarse con su esposa, la Parca se lo lleva.
Imelda ha vivido en muchos países y ha recorrido casi el mundo entero: muchas mudanzas, muchos desarraigos, mucho cambio de paisajes. Ha tenido algunas parejas, entre ellas un novio con quien decidió mudarse juntos y cuando ella desembarcó en el departamento con todos sus petates, recibió la llamada de él diciéndole que sencillamente no puede irse a vivir con ella. Así queda ésta expectante a la espera de un nuevo amor y refugiándose en los cuadros del museo y viviendo las historias que hay detrás de cada uno. Por suerte los momentos de humor, si bien breves, son constantes, lo que hace más llevadera la obra.
Todo se desenvuelve ante nuestros ojos de forma rápida y natural, pasando de un personaje a otro sin mediación. Hay una muchacha que atiende la cafetería a la que acude el bancario y el "Peque" a buscar cambio en monedas, con rasgos marcadamente mexicanos y que llega a mimetizarse con Frida Khalo, la pintora mezcalita, a la que se le pintan las cejas unidas y la sombra del bigote. Pero más allá de esa transformación, es la que lleva alimentos en forma de "madalenas" preparadas por ella a todos con los que convive. Es el alma nutricia de la obra. Está la obsesión del "Peque" por atender su local, como la del escritor por contar todo lo que va narrando. Es realmente una "obra en construcción lo que se nos relata, nunca deja de crecer y expandirse, como esas flores de metal que crecen en el jardín de la mexicana o como el pájaro llamado "Solaris", bautizado así por el ruso porque le recuerda a la película de Tarkovsky. La planta denominada "cáctus orquídea" va pasando de mano en mano como una ofrenda que los unos le hacen a los otros, ni más ni menos como un símbolo de la transmisión del amor. El sentido es que circule, que no quede en manos exclusivas de nadie.
Y así como se denomina la planta (parecida a un aloe vera de tres hojas), pasará también, metafóricamente a llamarse la novela del joven escritor, quien acaba enamorado de la pobre Imelda y le pedirá una segunda cita. Así transcurre esta obra original de Cecilia Meijide, que es tan buena dramaturga como directora, obra que no se parece a ninguna otra, tal vez porque haya sido el fruto de muchas horas de trabajo de pensamiento por parte de la autora y de precisión por la de los actores. Una excelente propuesta para ver y rever porque son muchos los pliegues que tiene y es un material inabarcable en una sola visión. Totalmente recomendable.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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