miércoles, 19 de julio de 2017

Mi crítica de "Ginger e Fred" (Cine-Fellini-1985)

Vamos culminando con el ciclo dedicado al Maestro Fellini "El Mejor Director del Mundo". Nos adentramos ahora al mundo mágico de la televisión en esta verdadera joyita llamada "Ginger e Fred", de 1985, con las actuaciones de Marcello Mastroianni, Giulietta Masina y Franco Fabrizi. El guión es, como siempre, del propio Fellini, sumados Tonino Guerra y Tulio Pinelli, en la fotografía ya no está más Giuseppe Rotunno y ha dado espacio a  Tonino Delli Colli y Ennio Guarnieri y la música es de otro amigo de la casa: Nicola Piovani. En cuanto al montaje se han sumado a Ruggero Mastroianni, Nino Baragli y Ugo de Rossi. Antepenúltima película de Fellini y aquí el goce es total, sumado a la música inmortal de tantas películas de Fred Astaire y Ginger Rogers como "Top Hat", "Chek to Chek" o "The Continental". Pero veamos.
Con "Ginger e Fred" estamos en realidad ante un nuevo viaje a la forma felliniana. Pero no se trata de una revisitación de la ciudad, ni de los recuerdos de Fellini, sino del mundo del espectáculo de sus films -variedades, circo, cine- anteriores, que apenas tiene existencia ya fuera del mundo de la televisión en la actualidad. Es un viaje de ida y vuelta; más bien de vuelta, un paréntesis para contar una recuperación: la del propio pasado en términos de cine y de espectáculo, representado por el cartel mítico de los auténticos Ginger y Fred sobre el fondo de los rascacielos de Manhattan que vemos en los títulos. Pero esta recuperación resulta ya imposible, salvo a través de la nueva forma ambivalente de espectacularización que es la televisión, que todo lo devora. Si siempre ha sido inaccesible, aunque deseado y necesario, el mundo de la fábrica de sueños, desde "El Jeque Blanco" hasta el cartel de Fred Astaire y Ginger Rogers, ahora esa imposibilidad de acceso deriva de la fagocitación de la "realidad" por el espectáculo televisivo "total".
La película es también un análisis del reencuentro imposible, intentado más bien desde la mitificación y desde la ilusión que desde la vida, de la pareja formada por Amelia (Masina) y Pippo (Mastroianni) bajo el nombre artístico de Ginger y Fred. Imposible porque el tiempo no perdona, sino que condena y enseña a la asunción de la soledad. Ese encuentro sólo puede producirse bajo la forma monstruosa de un circo degradado, toda vez que el espectador televisivo ha tomado  posesión, en un palimpsesto global, de todas las formas de espectacularización previas, sometiéndolas a su lógica de espectáculo gastrosexual, como un embudo, pero sin sustancia y sin la magia del cine, sin la proximidad física del circo, ni el populismo de las variedades. A su vez, la televisión tiene para Fellini el atractivo de ser un nuevo espectáculo y por tanto, un espejo deformante donde la sociedad puede mirarse. Y además, la mediación televisiva resulta inevitable hasta para el propio film, parece decir Fellini -fagocitado él también por el medio-; es la única vía, aunque degradada, de recuperar ilusoriamente a unos personajes míticos sacados del baúl de los recuerdos.
En "Ensayo de Orquesta" la televisión es una mirada exterior al film, ante la cual se despliega la representación; es el marco dentro del cuadro: en "Ginger e Fred", se ha adueñado del propio desenvolverse de la obra, de su textura, como ojo que todo lo somete y condiciona. Fellini lleva a cabo una operación similar a la del medio que analiza y critica: compone un espectáculo a base de sus antiguos personajes -pero convertidos, como veremos, en viejos desechos-, de materiales de otro tiempo exhibidos ahora como monstruosos o curiosos en el mismo plano que otras monstruosidades del gran espectáculo del estudio de televisión. Son copias, replicantes, en un ambiente caracterizado por la comida y su resultado: el desperdicio y la basura. Esos dos aspectos son los característicos del espectáculo televisivo: producir carnaza alimenticia para la vista, reciclando como en un embutido toda clase de productos y de personajes, troceando cuerpos y expulsándolos posteriormente una vez que han sido digeridos y han cumplido su función. De ahí la omnipresencia de la comida en la propia textura del film.
"¡No hay que hacer estos experimentos con la gente!", dice entre lágrimas Pietruccia Silvestre en el gran programa de televisión "Ed ecco a voi", que constituye el plato fuerte del film, refiriéndose a la abstinencia de ver televisión que ha sufrido durante más de un mes, como prueba de resistencia que la ha valido un premio en metálico y la admiración solidaria. Y luego canta: "¡Mai piu...!" (nunca más). Para Fellini, la televisión es un circo, pero sin la vitalidad de éste, porque en el mundo del espectáculo electrónico lo único vivo y real es lo que no constituye espectáculo: los pobres invitados y artistas con sus miserias, sus valijas, su alojamiento, en los hoteles supuestamente lujosos, el bar de los estudios, la sala de maquillaje, los pasillos helados. Queriendo hacer una película sobre este medio, al que no es aficionado y que condenará como salvaje y asesino del cine en "Intervista", traza una obra neorrealista en la que recupera temas de su anterior producción y los hace aterrizar en una realidad caricaturizada, que es de este mundo y no de los mundos poéticos y autónomos de "Il Casanova", "Giulietta", "Satyricon" o "Amarcord". La Masina-Ginger es como la "esposita" de "El Jeque Blanco" pero de vuelta de todo, aunque capaz todavía de ilusionarse -ilusión pequeñoburguesa y provinciana: que la vean los nietos y sus amistades- y meterse en la troupe, si bien a regañadientes.
En el mundo dominado y achatado por la televisión, la única defensa es apagar el monitor, y ya que nadie está dispuesto a hacerlo, queda una vía de salvación: que se vaya la luz. Sólo entonces tienen lugar las confidencias, la conversación, el flujo de la palabra con cierta continuidad. A lo largo de la película hay dos cortocircuitos: la noche de la llegada al hotel, dando lugar a que Amelia pueda hacerse escuchar por primera vez, enseñar fotos antiguas y carteles a la luz de una linterna e incluso dar algunos pasos de baile, y posteriormente cenar hablando con el travestido que cuenta la historia de su "iluminación"; y la segunda vez en el estudio del programa, en plena actuación. La oscuridad convierte de pronto el gran escenario en un lugar íntimo e invisible. Es este un momento privilegiado, Ginger y Fred vuelven a ser Amelia y Pippo, aunque están en la arena del circo, al no ser espiados y captados por las cámaras ni siquiera vistos por el público del set, disfrutan de una cierta intimidad, abandonan sus papeles, se sientan en el suelo, como si estuvieran en el campo y hablan del pasado. Y si bien en la conversación, punteada en los momentos más sentimentales por el mugido de la vaca de las mil tetas -otro monstruo de "fellinidad"-, hay un sarcasmo sobre las reflexiones nocturnas fellinianas de sus films anteriores, al menos se produce diálogo e intercambio, lo que no sucede cuando todo está en función del programa o de su preparación. Cuando la luz vuelve, las cámaras se acercan amenazadoras a los antiguos amantes como armas de fuego que les apuntan.
"Ginger e Fred" marca el paso del "está aquí la televisión", como quien anuncia una visita, de "Ensayo de Orquesta", al "sólo hay ya televisión", que sustituye a todas las formas de espectacularización anteriores como concepción de lo real. "¿Qué más quieren de la vida?", nos predica un spot publicitario, venenoso como todos los de esta película corrosiva, en la que la mirada apocalíptica e impotente de Pippo Boticella predomina sobre la discreta amargura de Amelia, "en el arte, Ginger".
Espero que mi comentario ayude a que más personas se decidan a ver esta maravillosa película (o a concurrir a mi curso) para disfrutar del genio del director más grande del mundo...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

No hay comentarios:

Publicar un comentario