martes, 25 de julio de 2017

Mi crítica de "La Encajera" (Cine-1977)

"La Encajera" fue la película elegida por mi profesor de cine Carlos Pierángeli para los "clásicos de fin de mes", que vemos en nuestra clase, y el título alude a que el personaje de Isabelle Huppert (Pomme o Béatrice) era una de esas personas que pasan desapercibidas como podría haber sido una lavandera o una encajera (las que hacían encajes). En realidad, "La Encajera" es un viaje de vuelta, y es una de las primeras películas que filmó la Huppert, a los 24 años, si bien en el film representa a una chica de 18, y esto cuando todavía era joven y linda y no la mal llevada que es ahora en toda su filmografía.
Béatrice es un personaje que bordea el autismo: callada, introvertida, temerosa, una persona que nunca se haría notar ni que va a realizar algo trascendente, si bien es agraciada y con un muy buen cuerpo (nos ofrece varias escenas de desnudos y la verdad es que estaba muy bien). Trabaja en una peluquería con su amiga  Marylene, lavando la cabeza de viejas pretensiosas por un sueldo mínimo y alguna que otra propina. No tiene futuro como para destacarse, ya que su proyecto es llegar a ser peluquera. Vive con su amiga, quien es una absoluta dependiente de los hombres, cuando su amante casado la deja, el mundo se derrumba para ella, pero pronto encontrará reemplazo. En cambio Béatrice nunca ha tenido un novio y, por supuesto, es virgen. Por eso cuando vayan juntas de vacaciones a un lugar de playas, Cabourg, y un muchacho se fije en ella, será todo una revolución (y revelación).
El chico en cuestión es Francois Belgné, un joven de familia acomodada que le puede pagar los estudios para que trabaje como escritor o como periodista. Él se fija en ella y pronto empiezan a frecuentarse, sin forzarla a nada, siguiendo su rumbo tímido y apocado. A todo esto Merylene ya ha encontrado pareja y se va a vivir con su novio. En la habitación de hotel en que está Béatrice, se escucha, a través de la pared, los gemidos de la mujer de al lado cuando hace el amor, y esto debe despertar los bajos instintos de ella aunque ponga la radio para no escucharla. Lo mismo sucede cuando invita a Francois a comer, creando un clima dificultoso entre los dos. Por fin, una noche él le pide pasar toda una noche con ella, a lo que accede y ahí van a cenar y en la habitación de hotel, él la trata con mucho cariño y paciencia y la desvirga.
A partir de acá la relación cambiará, ella pasará a tener más actividad (si bien casi nunca la vemos sonreír, este es un dato clave de la película) y a comportarse como la "señora" del hogar. Vueltos a la ciudad, van a visitar a la madre de ella para pedirle permiso para irse a vivir juntos, el cual es otorgado. Pero pronto las diferencias empiezan a aparecer: él estudia y ella deja el tiempo pasar sin hacer nada, incluso él le suplica que cuando coma manzanas y él esté estudiando no haga ruido al morderlas porque le perturba. Ella come muchas manzanas en la película, tal vez marcando la que comió Eva dando lugar al pecado original. Cuando van a visitar a la familia de él, éstos los invitan a almorzar (lo único que se escucha es el ruido de los cubiertos) y ella se ahoga con el pescado y no puede tragar, causando un quiebre en la armonía familiar, mostrando que ese ambiente es asfixiante y que hay algo que no puede tragar.
En su intimidad, el deseo pronto desaparece por parte de él, ya no hacen el amor, queriendo simbolizar cómo se aburren en ese ambiente pequeñoburgués en el que conviven (las películas que pasa mi profesor siempre tienen un tinte comunistoide muy marcado), incluso varios de los amigos de Francois son declaradamente comunistas y apoyan las revueltas estudiantiles y hablan del materialismo dialéctico. La verdad es que Béatrice se aburre mucho en las reuniones con los amigos de su pareja, y queda siempre como sapo de otro pozo.
Al fin, y ya vista la realidad de cara al frente, Francoise decide dejarla, practica su discurso y le dice que ellos no congenian ya que ella es muy poco emprendedora y él tiene otros fines en su vida. Se lo larga en la cara cuando ella vuelve de la peluquería y acepta sin decir ni mu a separarse. Pero una vez vuelta al hogar materno empieza con vómitos y a rechazar la comida, por tristeza. Anda como un zombie por la ciudad y pronto será internada. Después de varios años él va a visitarla al psiquiátrico en donde se aloja y la realidad lo precipita: se da cuenta lo que ha causado en un alma que a pesar de no tener iniciativas era profundamente sensible y vulnerable. Ella le miente diciéndole que después de él tuvo varios otros novios y que viajó a Grecia acompañada (todo lo que conoce de Grecia es el cartel de propaganda turística que pende de una de las paredes del comedor de la institución). Allí termina esta película amarga que no podría haber tenido otro final.
Pero nos preguntamos: ¿cuántos seres pequeñitos como Béatrice hay en el mundo? ¿No conocemos al menos un puñado de ellos? ¿Es tan negro el futuro que les espera? ¿Cómo sobreponerse a ese destino sin deseo? Porque no nos olvidemos que es el deseo el que mueve al hombre hacia adelante y lo hace progresar (también la falta, por supuesto). ¿Qué se hace cuando ese deseo no aparece o es tan modesto que no sirve para construir? Este es el conflicto básico que plantea la muy inteligente película de Claude Garetta de 1977 y nos deja pensando y con un regusto amargo en la boca. Es excelente el trabajo de la Huppert, acá despertando a un papel muy diferente a los que nos tiene acostumbrados. Y está muy hermosa, por cierto.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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