martes, 4 de julio de 2017

Mi crítica de "La Ciudad de las Mujeres" (Cine-Fellini-1980)

Entregados ya por completo al ciclo "Fellini: el mejor director del mundo" nos enfrentamos aquí a su peor película. Larga, repetitiva, insulsa, aburrida, obscena. Todo esto disfrazado bajo las obsesiones que siempre acompañaron al director: el mundo de la mujer, pero acá trabajado con tanta superficialidad, tan falto de gracia y tan distante de los mundos que supo entregarnos en otros films que se lo nota viejo y cansado, como sin nada nuevo tuviera para decir. El guión es de él mismo sumados Bernardino Zapponi y Brunello Rondi; la fotografía siempre elegante de Giuseppe Rotunno y el montaje de Ruggero Mastroianni. Lo que acá cambia es la mano en la música ya que Nino Rota ha muerto, y quien lo reemplaza con una banda sonora exquisita e imaginativa es el argentino Luis Bacalov ("Il Postino").
Pero vamos a enfrentar la obra.
"¿Otra vez Marcello?", pregunta una risueña voz de mujer cuando aparece el nombre de Mastroianni en los títulos de crédito de "La Ciudad de las Mujeres". No se trata de un chiste inocente, sino de una referencia, que luego se repetirá a lo largo de la película, al protagonista de "8 y 1/2", interpretado por el mismo actor. Si hubiera preguntado "De nuevo el viejo Snaporaz", habría sido más coherente pero también menos comprensible para el público.
Las risas sobre el nombre Marcello son la marca que caracteriza desde el comienzo el recorrido de nuestro personaje por la pesadilla, la proyección de un temor subjetivo de Marcello-Snaporaz: el de no seducir ya a las mujeres sino de provocar risas castradoras. Significan también que las mujeres toman la palabra, aunque todavía desde el punto de vista de los temores, fantasmas y proyecciones de los hombres ante sus voces. El monólogo interior, de carácter íntimo y privado, que oímos de labios de la mujer a la que ha seguido Marcello hasta el congreso feminista, deviene discurso público, político, sin solución de continuidad, acusatorio del machismo y del propio texto felliniano en la medida en que el film mismo, si bien no manipula o tergiversa deformándolas, sus palabras, las caricaturiza y además no deja de mostrar a las mujeres como monigotes de un nuevo circo, espectáculo o planeta habitado por marcianas. De nuevo Fellini, sin adoptar el punto de vista de Snaporaz, incorpora a su propio texto -en un proceso de abismación ya utilizado en "8 y 1/2"- las posibles críticas al mismo que las feministas pueden, con razón, esgrimir.
Pues sí: "ancora Snaporaz". Una vez más este personaje encarnado en Mastroianni, egoísta, perplejo, irritado, deambula por el harén pero no por aquel que él mismo soñó un día en blanco y negro como prolongación de las felicidades de la infancia. El conato de sublevación -casi una broma- de las mujeres, se ha convertido en una revolución violenta y consumada. Es, incluso, un harén al revés: la señora Schmoller exhibe a sus siete maridos, como Blancanieves y los siete enanitos. El hecho de que una de las feministas del Hotel Miramare llame "sultano" a Snaporaz, constituye una burla cruel. Pero si ya no reina con el látigo de su despotismo infantil, sigue siendo el mismo. Responde "no, cioé, sí" como el protagonista de "8 y 1/2", según sus propias conveniencias, a las preguntas de los demás sobre su estado civil o su vida familiar.
La figura femenina es el objeto de deseo, diferido cada vez que él está a punto de alcanzarlo, como si ella no lo tomara enserio  y jugara con él como con un títere. De ahí que, cuando despierta en el tren, recorra con su mirada el cuerpo de la bella desconocida y se vea reflejado en sus anteojos, como luego ella difusamente en el cristal de las ventanillas. El despertar de Marcello en el tren es como un renacer, pero para meterse en un agujero negro, en un mundo oscuro. Antaño fue familiar y de repente se ha vuelto extraño para quien siempre ha concebido a la mujer como puro objeto de deseo y de conquista, inferior y sometida a sus requerimientos.
A través del sueño, una y otra vez, Snaporaz vuelve en el fálico tren a penetrar en el túnel oscuro, cuya entrada cubierta de vegetación parece velluda. Y penetra no como hombre sino como niño, no como posesor sino como un feto feliz de hallarse en las tinieblas, acurrucado, soñando con otras mujeres, mujeres ideales, muñecas... Como es habitual en el cine de Fellini, el itinerario no tiene meta ni se aprende en su transcurso. Es sólo un pretexto para imaginar. En realidad "La Ciudad de las Mujeres" parece un viaje en medio del camino de la vida, una desviación o escapatoria del tren hacia un planeta, el femenino, que aún siendo familiar, se revela siniestro. Tan es así que la forma de pesadilla sólo se revela al final,como un procedimiento retórico más que un modo de representación. Se trata del fin de una obra alegórica, no fantástica. Cierto es que el guiño final puede abrir la idea de un cruce de tiempos y espacios, una dimensión mágica que está en la realidad pero que no se ve: la de los deseos, temores y pesadillas, cuyo estatuto es similar al de la llamada realidad y que siempre puede recomenzar, como un eterno retorno, pero tal procedimiento no es  frecuente en las obras de Fellini.
El interés por la mujer, objeto de mirada y deseo, enigma que provoca y motiva el viaje y la indagación incluso artística, el leiv motiv del trabajo de Fellini, se revela ahora una aventura azarosa. La posibilidad del film va ligada hacia el desvío de un territorio desconocido, en todos los sentidos, incluso en el propio del planteamiento artístico. No sabemos si ese desvío lleva a descubrir nuevas imágenes discursivas, pues recurre a territorios iconográficos ya conocidos, como los géneros de ciencia ficción, de nazis, de ópera bufa, el music-hall, el terror. Es un viaje para conocer un enigma, la mujer, pero acaba siendo un recorrido por las propias obras de Fellini como pretexto para hablar de las mujeres, como proyección de una mirada, ya sea idílica o extrañada. La mujer, desde ese punto de vista, como la propia pantalla de cine, no tiene nada que revelar, sino que es un vacío a llenar por la proyección de los deseos y temores del hombre y su discurso. Por eso, no estamos aquí ante un discurso nuevo, el feminista, sino que, como el propio texto dice de sí mismo, incluso éste resulta recreado a través de la caricatura y la hipérbole como la simple contrafigura del universo machista. El film de Fellini muestra claramente ese punto de vista. Corre el riesgo de ser interpretado como antifeminista y con él se constata la imposibilidad de una forma de representación nueva que vaya más allá de las perplejidades e incertidumbres, no sólo creativas del propio texto, como en "8 y 1/2" sino también de la imagen y visión de un pretendido universo femenino.
Por lo tanto, su visión no es obligatoria más por aquellos que quieran desempolvar toda la creación felliniana y acceder a una nueva colaboración de Mastroianni con el genial director, aquí un poquito -bastante- alicaído.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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