sábado, 10 de agosto de 2019

Mi crítica de "¡Viva la Vida!" (Teatro-Musical)


Hablando de grasadas, esta fue la vergüenza de este verano en la Calle Corrientes. Un homenaje a "esas canciones que nos marcaron", a más saber, las del Club del Clan (léase Palito Ortega, Violeta Rivas, Estela Raval), de letras zonzas y bailes más pasatistas todavía, confeccionadas para achatar y ahuecar los cerebros de toda una generación de argentinos que venían de dictadura militar en dictadura, para evitar que se pensara en nuestra tan malograda Argentina. Cuando creíamos que nos habíamos desprendido de ese bagaje de retardados, éramos pocos y mi abuela salió de noche... llega este musical que reivindica a "los jóvenes de ayer". Que no es lo mismo que decir, como Serrat dice poéticamente de los viejos: "para los niños que nacieron antes". Y acá nos encontramos con un sexteto de "jóvenes de ayer", hoy convertidos en septuagenarios, que hicieron un pacto allá por el 31 de diciembre de 1974: que cuando el primero de ese grupo de amigos empezara a dar signos de senilidad, se comprarían una casa en el Tigre y se irían a vivir los seis juntos para cuidar los unos de los otros. Loable misión. Y así los vemos, reunidos  45 años más tarde, en otra noche de Fin de Año, viviendo en el Delta, en una isla, en una amplia casa, juntos y cuidándose. No se busquen en esta historia subtramas ni tramas paralelas, por favor. No da para tanto. Hay sólo una historia lineal, con algunos secretos y misterios a revelar donde todo queda dicho. Y como corresponde, con cuadros cantados y coreografiados con aquellas "gloriosas" canciones. El elenco es más que interesante, no sé cómo se pudieron plegar a este entretenimiento veraniego: Nora Cárpena (Gloria), Rodolfo Ranni (Antonio "el tano"), Mercedes Carreras (Inés), Alberto Martín (Raúl, "el Ruso"), Marta Bianchi (Dora) y Jorge Martínez (Roberto). El elenco de cantantes, actores y bailarines, que no se menciona al comienzo de la obra, como si fueran menos, cuenta los valiosos nombres de Natalia Cociuffo, Christian Gimenez, Andrea Lovera, Emmanuel Robredo Ortíz, Lula Rosnthal, Ivana Rossi, Liza Spadona y Patricio Witis.
Lo que descuidó la directora y libretista Valeria Ambrosio no fue sólo a sus cantantes, al no haberlos incluido en el reparto, ni al público, al haberle ofrecido un plato tan liviano, sino a sus actores, al no sacar de ellos ningún jugo más allá de lo que ellos, talentosos todos, desde su propia experiencia saben que pueden dar. No hay ningún hallazgo aquí ni ninguna creación para el recuerdo. Se limitan a hacer lo que mejor saben: actuar. Y es una lástima que tampoco se haya valorado al género de la comedia, ya que no hay acá ningún gag ni ningún chiste que no raye la medianía; en verdad ninguno efectivo, sino sólo un aire a comedia que se respira en la sala pero que no se concreta en ningún momento, salvo quizá cuando Nora Cárpena toma las palabras de la canción "Corazón Contento" para imitar a Kristina, pero creemos que esto es más creación propia que algo impuesto.
Los seis cantantes vienen a representar a tantos otros personajes de la obra y van a tomar su posta pero entonando a voz en cuello, y es cierto decir que estos arreglos y voces superan por mucho a las de sus cantantes originales, le dan verdadero brío a las canciones, que, sin dejar de oler a fritanga, se hacen más pasables. Se escuchan versiones de "Un muchacho como yo", "Me gusta esa chica", "Que se va la vida", "Tú eres para mí", "Que tiempo tan feliz", "Corazón contento", "Esta noche", "Te vas al cielo", "Al final la vida sigue igual", "Yo tengo fe", "La felicidad" y "Viva la vida", entre otros. Debemos acotar que ninguno se asienta a las situaciones sólamente quizá "Te vas al cielo".
Y es que la trama discurre entre los preparativos de la cena de fin de año entre este grupo de vejetes retirados, entre bromas y reproches, en la mencionada isla del Tigre. Así las cosas, al "Ruso" le da un presunto ataque al corazón que resulta ser una arritmia, atendido por la siniestra enfermera venida de Chechenia contratada por Roberto. Pero el que se siente verdaderamente descompuesto del corazón es el propio Roberto, quien tiene un pacto realizado con la enfermera. Cuando se produce el brindis de Año Nuevo, y mientras todos miran los fuegos artificiales, a Roberto le da un ataque cardíaco y su cuidadora le coloca una dosis de medicina mortal en su copa lo que lo lleva al otro mundo. Hasta ahí la primera parte de la obra. Se produce un quiebre en el que todos se lamentan por la muerte de su amigo, cuando descubren que les ha dejado una carta de despedida a cada uno. Van abriendo paulatinamente las cartas, ocultas sin mucho ingenio en lugares previsibles (no se parece a la "búsqueda del tesoro" que ellos dicen hacer). Y llegamos a los agradecimientos a cada uno hasta la carta final, la dedicada a Raúl, "el Ruso", en donde le confiesa que siempre estuvo enamorado de él. Esto sorprende a todos, mucho más a Dora, la esposa de "el Ruso" (Alberto Martín, quien fuera el amante de Tato Bores en la vida real), quien nunca sospechó que Roberto fuera gay. La única que sabía la verdad era Inés, a quien él se lo había confesado mucho antes. A partir de allí se prepara el entierro, pero aparece otra carta, en poder de la enfermera, de quien todos sospechan, que dice que no piensen mal de su enfermera, ya que había sellado un pacto con él de hacerlo pasar al otro mundo antes de convertirse en un vegetal (¡nadie se convierte en vegetal por un ataque cardíaco!) y que se fue con el mejor cuadro de situación, el verlos a todos sus amigos reunidos y festejando contentos. Además su última voluntad es... ser enterrado con un vestido de novia que lo hiciera ir virgen hasta el altar en compañía de su amado "Ruso". Conmoción general, ¿cómo enterrarlo vestido de novia? Al final todos aceptan la última voluntad del finadito y le confeccionan el mejor vestido con el mantel blanco de la mesa, con el cual él sube al reino de los cielos.
Hasta aquí la anécdota, como ven, muy superficial y de corto vuelo (a cualquiera se le pudo haber ocurrido en una noche de insomnio), nada muy elaborado ni poético. Por eso les digo, es una típica comedia de vacaciones de verano, y el público que "colmaba" la sala no habría pasado de cincuenta personas a saber por el calor de los aplausos (a pesar que hubo quienes aplaudieron de pie, supongo que invitados a la función). Los actores se pliegan a la acción con moderado entusiasmo, se les ve el desagrado, y hacen lo que pueden por remarla a buen puerto. Pero no hay nada más que contar: canciones mediocres, con actuaciones cansadas, sólo el cuerpo de cantantes y bailarines ponen algo de brío a la puesta. Es lo que hay...
Y pueden verla haciendo un click aquí puesto que fue editada por Teatrix.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente). 


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