martes, 24 de enero de 2017

Mi crítica de "Inseparables" (Cine)

Es muy difícil tomar o no partido por una película como esta, tan planificada para que no tenga golpes bajos que termina incurriendo en varios de ellos, como la mayoría de las "ejemplificadoras" historias de la vida real. Acá estamos ante una remake de una floja película, que la mejora en mucho debido a la excelencia de sus actuaciones y de un guión caprichoso. Acá estamos frente a dos gigantes de nuestra escena y nuestra pantalla: Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna, que pueden hacer creíble y querible cualquier historia. Como dije, ésta está basada en otra película de origen francés que tenía más o menos la misma estructura (no recuerdo haberla visto, pero algunas escenas me sonaban conocidas...) sólo que en esa la relación se daba entre un tetrapléjico y un negro. Acá es entre otro tetrapléjico y un representante de la clase baja, un lúmpen. Martínez y De la Serna habían trabajado juntos en teatro el año anterior haciendo "Amadeus", la gran obra de Peter Shaffer, con una excelente combinación. La química ya estaba preparada, y aquí vuelve a repetirse.
Felipe (Martínez) es un tetrapléjico cincuentón y millonario, capaz de pagar miles de dólares por una pintura de arte abstracto que no dice nada, y parece que es capaz de comprarlo todo... menos su salud. Tito (De la Serna) es un excluído, que vive en un monoblock de Lugano con una tía a la que llama madre, una novia con un hijo y un primo. Quiere la casualidad que esté trabajando de ayudante de jardinero en casa de Felipe y venga a reclamar su paga porque se va debido a malos tratos del jardinero. Es un muchacho sin cultura, impulsivo, violento, desbocado, desubicado y sobre todo, sin compasión. Esto es lo que más le atrae a Felipe (sin contar que en ese hombre grande pueda haber alguna atracción homoerótica por ese joven musculoso y de buena pinta), necesita un ayudante que no se compadezca de él, y por eso lo contrata como su asistente personal, sin importarle que haya estado preso ni que fume porros. Tito acepta a regañadientes, pero la paga es interesante y se mete en esa relación de dos en la que al principio él ejercerá el rol de torturador. El maltrato es evidente y el desprecio por su "protegido". Por suerte hay dos asistentes de Felipe, Ivonne, una mujer grande que se ocupa de todos sus asuntos personales (la siempre eficaz Alejandra Fletchner) y otra más joven, Verónica (Carla Peterson) quien atiende el dictado de las cartas a una mujer desconocida por parte de Felipe y que se convierte inmediatamente en objeto de deseo de Tito. Hasta acá veníamos bien, pero ya se nos hace sentir lástima por la pobre situación que tiene que soportar Felipe.
El cuadrapléjico (como por demás es costumbre de los cuadrapléjicos) sólo puede mover del cuello para arriba. Para abajo está muerto. Y por eso es que no siente el agua hirviendo del té derramándose en su pierna ni los golpes a los que lo somete Tito. Él remite su parálisis a un accidente ecuestre que tuvo un año después de que muriese su mujer, con quien vivió una gran historia de amor por 14 años, cuando era recién recibido en ciencias sociales. Pero no todo es malo en Tito. Tiene algo de justiciero. Empezará a velar por la salud de su paciente. Cuando a la hija de Felipe la abandone su novio diciéndole "putita" él irá a enfrentarlo y le obligará a que se disculpe y le regale chocolates todos los martes durante un año diciéndole cuánto la quiere. Animará la aburrida velada de cumpleaños de Felipe con un cuarteto de cámara poniendo una versión de la porquería esa de "El bombón asesino" y haciendo bailar a todos e incluso la orquesta lo seguirá. Y, finalmente, la reparación más grande, empezará a pintar sus propios cuadros, inspirados en la "basura" contemporánea que Felipe le ha hecho ver y en un acto de justicia, el mismo Felipe venderá su cuadro a un comprador avieso por 11.000 dólares, dinero que irá a engrosar el bolsillo de Tito.
Y ejercerá el mayor acto de justicia cuando haga que Felipe hable por teléfono con su interlocutora desconocida epistolar y finalmente intercambien fotos y en el final lleguen a conocerse, cerrando con un moñito de final feliz la historia. Por supuesto que para llegar a dónde llegó debe pasar por muchas pruebas. Debe ser echado del departamento por su madre (tía) ya que hacía dos años que no sabía nada de él. Deberá cortar lazos con su novia y su hijo y sobre todo, cobijar a su primo en la casa de Felipe cuando llegue el momento. La película se basa en el sentimentalismo, como todas las dirigidas por Marcos Carnevale ("Elsa y Fred", "Anita") pero en todas ellas era salvada por las brillantes actuaciones (allá China Zorrilla, acá el cuarteto central) y rescata del olvido a una bellísima Flavia Palmiero que vuelve a aparecer en el cine, acá de la mano de un papel minúsculo pero trascendente, el de Sofía, la enigmática corresponsal. Decíamos, que si bien no hace derramar lágrimas (ni de compasión ni de emoción, las valiosas), está jugando siempre sobre la cornisa de lo sensiblero, y si bien provoca la risa en muchas de sus escenas, debemos admitir que es una risa fácil, el recurso de "El bombón asesino", las puteadas a un espectador circunspecto del Teatro Colón, etc. La película no se autodesmerece y la adaptación del original lo mejora, pero como decía, es una película "border".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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