martes, 10 de enero de 2017

Mi crítica de "¡Qué lo parió!" (Teatro)


Pude ver por Teatrix esta interesante puesta de un rejunte de los chistes del genial Roberto Fontanarrosa y su también genial personaje. Inodoro Pereyra me parece (junto con Mafalda) lo mejor del humor gráfico de la Argentina y de muchos otros países. Inodoro Pereyra es una historieta de descubrimiento, de puro placer humorístico, de una revelación constante, ya que cada cuadrito es un chiste en sí mismo, y de muy alta calidad. Debió estar muy inspirado el "Negro" Fontanarrosa cada vez que daba letra a su personaje. Al igual que sus cuentos, que son no sólo de gran valor humorístico y literario, sino una fuente de conocimiento y sabiduría en sí mismos.
Esta puesta de "Inodoro Pereyra" está interpretada por Rudy Chernicoff y secundado por buenas apariciones de actores como Roly Serrano (la Eulogia), Rodrigo de la Serna (Don Braulio), Daniel Rabinovich (el indio), Ingrid Pellicori (la perfumista), Claudia Lapacó (Doña Encarnación), Lito Cruz (el payador perseguido), Fabio Posca (el abuelo) y Jairo (el malabarista), donde las palmas se las llevan, por interpretación y libreto, mi adorado Rabinovich y Jairo por su cantar de "Los Hermanos".
Pero hay algo que no funciona en esta adaptación teatral de la tira del rosarino. Así como funcionaban las adaptaciones de los cuentos en "Los cuentos de Fontanarrosa" (Canal 7), con excelentes actuaciones y libretos, que despuntaban la risa o la carcajada franca en cada momento, no sucede lo mismo en el teatro. Será que la transposición de un cómic a otro lenguaje no genera lo mismo, será que a mí en particular me rechaza Rudy Chernicoff, vaya a saber cuál es la causa, pero a mí esta "¡Que lo parió!" no me despierta las mismas carcajadas que leyendo la historieta. Chernicoff no genera, para mí, ninguna gracia, no lo puedo ver reírse de los chistes que acaba de contar (en las antípodas de esto estaba el gran Verdaguer, al que no se le movía un músculo de la cara aún ante su cuento más desaforado), será que la razón y la sazón del humorista es no reírse de su propio chiste, esto genera en gran parte empatía con el actor. Será que la selección de chistes no fue del todo minuciosa (faltan chistes mayores, para mí, como eso de que "comíamos empanadas de vigilia para mantenernos despiertos" o el de que "la Eulogia demuestra la 'beyeza' por el absurdo), si bien hay una cantidad de chistes efectivos (que la Eulogia cuando se cae de la cama se cae por los dos lados a la vez; "mal pero acostumbra'o"; le conseguí trabajo a la Eulogia, de llorona en los velorios, para la compañía de sepelios "La lágrima viva"; un yaguareté es capaz de oler a un cristiano a un km, a mí me olfateaban a 4 kms.) y tantos otros igualmente graciosos, pero que en la boca de Chernicoff se dicen como al pasar y no como sentencia. No sé que es lo que fuere, pero para mí, el espectáculo falló.
Si a esto le sumamos que al final, Chernicoff nos "regala" 20 minutos de "El Señor del Baño" (ya me negué a hacerle la crítica en su momento) torturándonos con sus referencias interminables a la caca y a los pedos, cosa que me desagrada muchísimo.
La picardía es que los chistes del "negro", así como se dicen aquí, se olvidan enseguida, y si algo tenía de imperecedero el humor de Fontanarrosa es que sus ocurrencias se recordaban por mucho tiempo; creando leyendas incluso de cada uno, como el del oficio del trenzador de chinchulines o el del catador de vinos: "yo, con sólo verlo le digo: vino tinto, vino rosado, vino blanco". Lo que tiene de grande el humor de Fontanarrosa es ese doble sentido que nunca apunta a la grosería, sino más bien a los defectos en el lenguaje, o a las costumbres campesinas y citadinas, a los lugares comunes de nuestras vidas. Hay una cierta ingenuidad de tono blanco en el uso de la comicidad del rosarino que bien lo hizo ser el colaborador de Les Luthiers, otros cultores del humor sano. Todo esto queda empequeñecido en el espectáculo, donde se repite muy seguido el latiguillo "¡qué lo parió!" para asociarse con la chabacanería y adoptar el fácil aplauso del público, acostumbrado a una forma de humor menor o menos sutil.
La falta del Mendieta es otra carencia importante. Es como la voz de la conciencia que necesitaba don Inodoro para poner las cosas en orden (o ponerlas francamente patas para arriba). En otra versión porteña que se hizo aparecía el perro en escena, lógicamente, interpretado por un actor. La pantalla trasera donde aparecerán los distintos personajes es un recurso  para contar con grandes intérpretes, juntándolos a todos en una función, cosa que de otra manera no hubiera sido posible hacerse, pero distrae, poniendo al público en la expectación por "quién aparecerá" y desviándolo del monólogo a escenografía despojada, de Chernicoff. Como se habrán dado cuenta, no es mi actor favorito, pero más por lo vulgar que por otra cosa.
Bueno, el que desee ver la obra se encontrará al menos con la chispa y el genio de Fontanarrosa en su creación más rutilante, lo cual no es poco. Puede disfrutarlo, de todas maneras.
Y no se olviden que los que entren al blog, pulsando "Ver obra" pueden acceder a la obra completa.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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