martes, 10 de enero de 2017

Mi crítica de "Yo Amo a Shirley Valentine" (Teatro)

Por fin, después de muchos traspiés con mi computadora, estreno nueva, y vuelvo a las críticas, algunas que tenía atrasadas...
El 20 de noviembre fui a ver la obra de Willy Russell en su última función al teatro de la Comedia. Ya vamos terminando el año teatral, me falta la última función de "Los Monstruos" el miércoles 30. La obra es un unipersonal romántico con mucho material para reflexionar.
Me pasa con Betiana Blum algo particular. La siento muy aniñada, muy meliflua para expresarse en su vida personal, algo así como que estuviera haciéndose la tarada. Pero eso no pasa con sus trabajos, que los siento fuertes y bien plantados. Algo por el estilo me pasa con Soledad Silveyra. La siento paparula para manifestarse en la vida, pero en sus trabajos... también. Desde "Rolando Rivas" a los 18 años que viene riéndose con esa risa aniñada. Y ya está bastante grandecita.
Pero vayamos a la obra que nos convoca. Shirley Valentine es un ama de casa como tantas otras. Gris. Mandoneada por un marido indiferente o tiránico que, en un momento de su vida decide revolear la chancleta y empezar a hacerse preguntas. Y termina por descubrir a la verdadera Shirley Valentine. Todo empieza con un accidente fortuito. Los vecinos se han ido de vacaciones y le piden que alimente a su perrito, que es vegetariano, como ellos. A ella le da tanta lástima que le ofrece el churrasco que traía para Joe, su marido. Y así es como Joe se ve compelido a cenar esa noche papas fritas con huevos fritos y estalla en un ataque de ira, tirando la comida e insultando a Shirley. Por suerte que Shirley tiene a su amiga y confidente: Pared. Sí, la pared de la cocina es la única que oye sus quejas y reflexiones. Tiene dos hijos que ya no viven con ella. Melandra, una chica que vive la revolución sexual porque ha descubierto el clítoris, algo que para ella estaba vedado, y Brian, un poeta callejero de protesta que vive en un departamento usurpado. Poco y nada es lo que se ocupan de ella y su frustración como madre, esposa y mujer. Y una amiga que decide que ha llegado el momento de que Shirley se tome unas vacaciones, regalandole un pasaje por 15 días con destino en Grecia...
¿Qué hubiese sido de la vida de Shirley sin ese regalo? ¿O si no lo hubiese aceptado? ¿O si no se hubiera decidido a ir? Lo más seguro es que hubiera terminado con una vida más opaca todavía, siendo una vieja resignada a servir y morir junto a su amo.
Pero no. Shirley toma valor, manda todo al diablo y se va con su amiga 15 días a Grecia. Y es allí donde empieza a disfrutar, a ver que la vida estaba en otro lado, a sentir que no son ciertos los versos de Serrat, esos de que "llegamos siempre tarde donde nunca pasa nada". Y se empieza a descubrir a sí misma, a darse cuenta de sus potencialidades, que no está sólo hecha para hacer las compras y la comida. Y que puede ser amada por un hombre viril y buen mozo -Costa, un griego que le aclara para llevarla a pasear en barco que no quiere "cajar" con ella- y que éste puede enseñarle muchas cosas más que dónde está el clítoris. Es a partir de sentirse amada que la "Valiente Shirley" -tal el juego de palabras en inglés- puede amarse a sí misma. Y que luego no va a depender de que nadie la ame para seguir amándose. Conclusión, que decide quedarse en Grecia, trabajando en el bar de Costa y "sirviendo" a los demás. Sirviendo en la doble acepción, no sólo atendiendo mesas, sino también siendo útil para otros, algo que su Joe nunca había sabido apreciar. Y sirviéndose también a ella misma, porque logra algo que se parece a la sabiduría, a estar conforme consigo misma. Y se anima porque se pregunta, si ella no volviera a casa ¿alguien la extrañaría?
Es por eso que el texto se arrima a esa cosa que llamamos sabiduría, porque nos habla con un lenguaje simple de cosas simples, pero nos interroga a la vez sobre nosotros mismos. Y lo hace con un léxico pulido, casi enamorado de sí mismo y de su protagonista. En un tono que es para una sola cuerda -ya que es unipersonal- pero no para una sola tonalidad. Los matices son muchos y Betiana alcanza a desplegarlos todos, con su sabiduría también de persona simple, de ciudadana de a pie, que los lleva de su mano para hacerlos estallar en fuegos de artificio en el escenario. La obra está plagada de buen humor y depara momentos chispeantes, ya sea por las ocurrencias de Shirley o por las cosas que se/le suceden. El texto ha encontrado en Betiana Blum su voz y cuerpo justos para darle vida a este personaje. (Antes lo había jugado Alicia Bruzzo, en una interpretación que no ví y también habría sabido estar grandiosa en su papel, y en cine lo hizo Pauline Collins, otra actriz enorme, poco conocida, que supo darle la carnadura justa).
La escenografía es mínima, ayudada por dos pantallas posteriores que se convierten, ora en elementos de cocina, ora en las aguas azules y movedizas del Mediterráneo. La dirección de Valeria Ambrosio, acá alejada de los musicales, sabe imprimir el tiempo necesario para que esa hora y media se disfrute al máximo y pase volando y que el monólogo de Shirley/Betiana no canse nunca y nos quedemos con ganas de saber cómo siguió su vida.
Lástima que hizo una corta temporada de dos meses y que no pueda recomendarla porque ya bajó de cartel. Pero es el teatro que me gusta ver y que siempre estoy apto para aceptar nuevas propuestas.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

No hay comentarios:

Publicar un comentario