lunes, 30 de enero de 2017

Mi crítica de "Cyrano de Bergerac" (Teatro-Broadway)


Gracias nuevamente a Teatrix pude ver esta joyita venida de Broadway, con un elenco encabezado por Kevin Kline (Cyrano), Jennifer Garner (Roxane) y Daniel Sunjuta (Barón Christian de Neuvillette), subtitulada al castellano y en el inglés original. La dirección de la brillante puesta es de David Leveaux y data del 2016. Todos conocemos, al menos a grandes rasgos la historia que nos cuenta Edmund de Rostand, su autor. Cyrano es tan buen espadachín como lo es como poeta. De sus labios fluyen versos inspirados como su respiración y sabrá componer una balada mientras se bate a duelo de espadas  con un vizconde para culminar su último verso con la estocada mortal. Pero Cyrano no sólo es poeta y diestro con la espada, también es un tímido por causa del feo aspecto que le da su enorme nariz, un enamorado eterno de su prima Roxanne, es valiente, satírico, irónico y es , sobre todo un Quijote. Sí, porque si bien acá no hay molinos de viento, deberá pelear con lo que siente por su prima y su piedad lo lleva a desplazar ese amor dándole letra a quien ella ama.
Porque Roxanne lo cita al principio de la obra para confesarle su amor por Christian, a él se le derrumban sus sueños dorados de amor, pero transformará ese amor en constituirse como el alma de ese chato mental pero buenmozo de Christian. Le presta sus palabras elocuentes y retóricas al principio en cartas que el supuesto enamorado le manda a su amada, y luego será su voz, cuando, debajo del balcón de Roxanne, se haga pasar por Christian para alegrarle la noche a su pretendida acariciándole el oído con las palabras más bellas. Cyrano lucha contra lo injusto, es así como manda a su casa al actor Montfleury, por hacer abuso de su calidad de intérprete, y luego se batirá con 100 soldados que intentan asesinar a un tipo que le cae bien, matando a 9 de ellos y dispersando a los demás. Cyrano es precisamente un hombre de bien, que no delatará su pasión por su prima ni aún en las situaciones más favorables para él. Puesto a ayudar al soldado normando (único entre todo un regimiento de gascones) se convertirá en su sombra, en su pluma y en su voz, hasta lograr que éste se case con Roxanne. Pero la guerra es inminente, y un siniestro  Conde de Guiche, también enamorado de la mujer, mande a Christian y a Cyrano al frente, contra las tropas españolas. Allí, en medio del fuego, la muerte se apodera de Christian, y su esposa, que acudió al frente para estar con él recibe la última de las cartas fraguadas por su primo y lo ve morir en sus brazos. De allí en más se instalará en una asociación religiosa, a donde va a visitarla su primo todos los sábados, siguiendo con su amor platónico. Pero Cyrano se ha vuelto escritor de sátiras que ofenden a más de un conocido y por eso un grueso tablón caerá desde una ventana provocándole la muerte. No sin antes visitar a su prima, ya herido y reconocer que él fue el autor de todo el enamoramiento con Christian, sin decirlo directamente, Roxanne puede intuirlo. Se da cuenta que estuvo toda su vida abrazando una quimera, y que su verdadero amor estuvo siempre ahí, al alcance de su mano. Entre delirios y desenfundando su espada, Cyrano muere en sus brazos igual que lo hizo su marido y ella queda envuelta en lágrimas. Se puede decir que murió con su último beso de amor en su boca.
Todo pareciera indicar que estamos frente a un dramón, pero en realidad se trata de una comedia, por el ingenio de las situaciones, las respuestas ingeniosas y siempre afiladas de Cyrano y la puesta de enredos que se genera. Siempre que alguien tiene que suplantar a otra persona y ser su doble impone comedia ya sea en el teatro, el cine o la literatura. Las humoradas perviven en el tiempo, y si bien estamos ante una obra de los tiempos revolucionarios de Francia, sus bromas suenan tan bien como si se hubiesen escrito hoy en día. Cyrano parece estar obsesionado por su apéndice nasal, que es descomunal, y en ello basa no sólo su vergüenza ante las mujeres sino que también sus mejores réplicas ante las cargadas. Cyrano es un gigante, un hombre de letras y un hombre de luz, porque lo tiene todo (menos belleza, según él, lo cierto es que la nariz no le sienta tan horrible): habilidad, astucia, verborragia, compasión, amor en demasía, nobleza. Él, que terminará sus días asesinado como un perro.
Cyrano es el talentosísimo Kevin Kline y tiene que enfrentarse, no sólo a situaciones risueñas, sino a un texto plagado de escollos, que harían naufragar al más experimentado pero él es un actor de raza y puede ser cómico, sensible o dramático según lo pida el texto. Jennifer Garner en su Roxanne aporta no sólo belleza sino también un repertorio de tonalidades exquisitas para su personaje, con el llanto a flor de ojos y una delicadeza extrema. Daniel Sunjuta, por su parte, no es un gran galán, pero defiende su papel a fuerza de espada. Hablando de espada, se nota que Kline ha tomado cursos de esgrima para batirse a duelo con el vizconde, ya que es todo un derroche de agilidad y precisión en dicha escena, quedando como uno de los grandes espadachines que pobló la pantalla (o las tablas). Es encomiable el trabajo de Kline cuando recita sus versos más inspirados en la escena del balcón y a la vez deja caer las lágrimas.
Es por tanto una obra, que si bien dura sus dos horas y veinte, no aburre ni cansa en ningún momento, más bien todo lo contrario, nos hace pasar momentos de pura felicidad. Altamente recomendable para todo público. Y recuerden que están a un click de poder disfrutarla.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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