domingo, 24 de mayo de 2020

Mi crítica de "Crímenes y Pecados" (Cine-Woody Allen-1989)

"Crímenes y Pecados" es un thriller sobre las noches oscuras del alma. Nos contesta espantosamente a la pregunta que la mayoría de nosotros nos hemos realizado en una ocasión, ¿Puedo vivir con el conocimiento de que he matado a alguien? ¿Puedo todavía trabajar y estar más cerca de mi familia y de mis amigos sabiendo que, a causa de mi egoísmo, alguien a quién he amado yace dentro de una sepultura? Estas son algunas de las preguntas centrales de la existencia humana y la sociedad se pregunta qué es aquello que estaríamos dispuestos a hacer para convertirnos en asesinos. Pero en el mundo de esta película de Woody Allen, la piedad convencional se vuelca y vemos en al alma de un monstruo humano, aunque, en realidad, él parece una buena persona.
En "Crímenes y Pecados" cuenta su historia con gran realismo, aunque para otros esconde mucha sorna con toques humorísticos que están más cerca del humor negro que de la comedia. ¿Quién otro como Woody Allen podría hacer una película en la cual la virtud se castiga y la delincuencia se premia?
¿Hablamos o no de asesinato? El doctor apenas puede decir esta palabra. Pero su hermano es más realista y seguramente más probo, y pronto, el oculista se ve forzado a pedírselo, mientras queda envuelto en un montón de preguntas acerca de sus propios valores. Allen usa los flashbacks para establecer la niñez de ambos hermanos, quienes crecieron en una familia judía religiosa, con un padre quien les prometió solemnemente que Dios ve todo, y que un hombre bueno, no podría vivir felizmente con un acto perverso sobre su conciencia.
"Crímenes y Pecados" a la vez resulta del cambio del punto de vista de Allen como artista, también da (de la misma manera que las películas serias y pretensiosas), su informe acerca de la época de su rodaje. Para ejemplificarlo, ahí está la patética hermana de Cliff (Woody Allen), Barbara (Caroline Aaron), la persona en esencia romántica en toda la película, que busca el amor perfecto en las páginas de una revista, sólo para descubrir que su Príncipe Azul -quien la lleva a bailar y después a comer- no se diferencia de la vulgaridad general y no sólo eso, sino que la ata a la cama y defeca sobre ella, transformando el Oro de Hollywood en las películas de porno duro. De la misma forma, la super tensa y asustadiza Dolores (Angélica Huston) es en cuanto al cine, una hermana cercana de la mujer vengativa del tipo que interpretaba Glenn Close en "Atracción Fatal" (1987), el thriller por excelencia de la segunda mitad de los 80 y una tremenda encarnación de la mujer postfeminista, atormentada por alejarse de su hombre y que se niega a que le digan que no. Más significativa es la razón de Judah (Martin Landau) de desearle la muerte, totalmente aterrorizado de lo que Dolores pueda hacer confesándole todo a la mujer que estuvo casado con él por más de veinticinco años, lo que realmente atemoriza es que Dolores siga urdiendo su plan para desembozar todo lo que conoce de manera concreta sobre sus negocios fraudulentos y malversación de fondos llevados a cabo por Judah con dinero benéfico.
La película genera el mejor tipo de suspenso, porque no es sobre lo que le sucederá a la gente, sino sobre las decisiones que éstos deben tomar. Nosotros poseemos la misma información que ellos tienen. ¿Qué haríamos nosotros? ¿A qué distancia iríamos nosotros para preservar nuestra tranquilidad y buen nombre? ¿Hasta dónde llegaría nuestro egoísmo? ¿Puede nuestra comodidad arruinar la de otros? Allen se hace estas preguntas -que luego terminará de reformular en la extraordinaria "Disparos sobre Broadway"- y su repuesta se acerca a un sí, para algunas personas. Cualquiera que lea los diarios, en su sección criminal, tal vez echaría una mirada con Woody.
Cliff es testigo de todo esto y su reacción es significativa. Con un tono desaprobatorio, en "The New Republic", Leon Wieseltier (nominando a la película como "una mancha en la cultura contemporánea"), se quejaba de cómo se retrataba Cliff. "Allen nunca se ha tratado a sí mismo con mayor solemnidad. La integridad de su personaje es ilimitada." Nada más alejado de la realidad: para empezar que Cliff está tratado de un modo cómico, y aparte, la comedia no proviene de un autor que presenta y deja rodar a su "alter ego" cinematográfico, como alguien de grandes valores enseñado sin la reflexión sobre él, sino también desde un punto de vista irónico. No obstante que Cliff es auténticamente Woody y de que se ve a sí mismo como alguien cuya "integridad es ilimitada", Allen (director) presenta a su personaje como un ser repugnante y falso (de modo que se siente superior al resto de los mortales), que, supongamos, a Lester (Alan Alda).
Para entender bien a Cliff no hay que observarlo como la contracara de Judah, que centraliza lo otra parte de esta voluntariamente esquizofrénica película, sino como su doble. Así el pobre inválido y el asesino de guante blanco tienen mucho en común. Cada cual vive, día tras día, mintiéndose acerca de sus posibles "delitos y faltas menores" (tal el título original), de una manera tolerable, dignas de disculpas en comparación con las grandes causas que cada uno cree defender. Por esto Cliff, después de escuchar el relato/confesión final de Judah, convenientemente disfrazada, puede comprender aún más de su propia corrupción. ¿Cómo puede él juzgar o vilipendiar la falsa justificación de Judah cuando él ha actuado como si se creyera que él y sólamente él vive por encima del estandarte de la moral?
Desde el afiche de presentación del film nos encontramos con el anticipo de lo que vamos a ver: una obra en la que se nos muestran las dos máscaras teatrales: la de la tragedia y la de la comedia. Son los rostros de Martin Landau y Woody Allen quienes lo anticipan. El film está concebido a la manera de lo que luego sería "Melinda y Melinda" (2004): la misma historia contada en clave de drama y en clave de humor, aunque aquí se trata de dos historias diferentes. Y también estamos ante la obra de un gran artista, de un enorme nihilista que ya no deja esperanza de que exista un Dios y, si existe, es profundamente injusto. No premia las virtudes ni castiga los grandes crímenes. El Silencio de Dios, diría Bergman, con quien tiene más de un punto en común este film. La conciencia puede ser sobornada y acallada aún ante el más horroroso de los hechos, aplastar una vida humana.
Esto no impide a Woody realizar homenaje a sus ídolos, empezando por la referencia del título que nos remite tanto a "Crimen y Castigo" de Dostoievski como a "Gritos y Susurros" de su admirado Bergman. O al hecho de contratar al director de fotografía Sven Nykvist -ya desde "Otra Mujer"- (el cinematografista del Bergman de más de 20 películas), para crear el mismo enfoque visual, tirando al amarillo, que explotó en varios films el director sueco. Ya que Allen y Bergman comparten la misma visión del mundo, ¿por qué no compartir el mismo iluminador? Woody está claramente en deuda con Bergman cuando filma al Judah entrado en años. que vuelve al Brooklyn de su juventud y es espectador de una ceremonia judía, con el placer agridulce del hombre que retorna a su hogar, a los valores familiares y a las tradiciones religiosas, pero que ha visto demasiado (y ha actuado demasiado) en un mundo real como para que su vuelta resulte honesta. Se trata de una cómplice revisión, realizada por un judío de Nueva York de "Fresas Silvestres" en la que un profesor sueco, interpretado por Victor Sjostrom, echa un vistazo a su pasado. La secuencia se desarrolla en su contexto, como un aceptable guiño y no como un plagio. Ese es también el sentimiento que se experiencia en el suicidio del profesor Levy como similar a aquel que en "La Dolce Vita" cometía Alain Cuny, que era la única persona moralmente íntegro de la nueva y pujante Roma que Fellini quiso retratar en ese imponente fresco de 1960.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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