viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "Bajo la Misma Estrella" (Cine)

Acá me meto con mis críticas de cine, sumándolas a las de teatro.
Antes que nada tengo que disculparme con Sabrinita, a quien esta película le encantó y me parece que mi crítica no le va a gustar tanto...
Todo el mundo salió llorando de ver "Bajo la misma estrella" una historia de amor adolescente entre dos cancerosos destinados a una muerte pronta. Debo confesar que a mí no me sacó ni una lágrima, más bien me pareció soporífero ver a esos dos pajarones debatirse entre la vida y la muerte diciendo frases grandilocuentes. Lo peor de lo que peca la película es -a mi modo de ver- de la solemnidad, no hay ni una risa durante todo el metraje, es todo duro, amargo, pesado, destinado al mármol de las grandes obras y termina por desvirtuar el producto. Como decía Nietzsche: "Desconfío de las verdades que no se pueden decir sin una risa". Y ahí tenemos obras como por ejemplo "Al fin y al cabo es mi vida" o "Tributo" (por citar dos de Bernard Slade) que exponen todo el dolor de la enfermedad y de la decadencia física con pinceladas del más fresco humor. Tampoco era la "Love Story" del siglo XXI, película que todos consideran insulsa pero a mí me hace mojar pañuelos cada vez que la pasan por TV.
Lo  más delicado de la situación es que ni Shairlene Woodley (Hazel) ni Ansel Elgort (Gus) supieron transmitir nada y lo que es peor, no tienen el más mínimo carisma, uno no puede compadecerse del dolor de ellos si no lo transmiten con sus acciones a la platea. No hay duda que Shairlene es bellísima, pero ese corte de pelo a la garcon la afeaba y su dolor no resulta un dolor real, hace que sufre pero (no sé si es por mala actriz o por las marcaciones del director) no logra generar empatía conmigo. Lo mismo pasa con el risueño Gus, él tiene una pierna ortopédica debido al cáncer que se la comió, y últimamente le está haciendo metástasis en todo el cuerpo (de hecho es él el que muere), pero se ríe todo el tiempo como un pavo, como si no le doliera nada, sólo en breves instantes parece querer convencernos que sufre. Los planos son muy extraños, casi toda la película está contada en planos medios para Hazel, sin exhibir su bello cuerpo en sólo contados planos generales, en cambio para el ortopédico Gus desglosa gran cantidad de planos generales y casi ninguno medio. No sé realmente cuál ha sido la decisión del director Josh Boone o que simplemente no sabe dónde ubicar la cámara. No hay ninguna lágrima (o casi ninguna) en toda la película, y las que se vierten son falsas de acá a la China. Otra cosa: la atracción entre los dos adolescentes (ellos tienen 18 años y casi ninguna experiencia amorosa): se aman y se desean desde el instante en que se conocen pero insisten en ser amigos, y cuando finalmente declaran su amor, asistimos al primer beso a la ¡hora y veinte de proyección!, entre aplausos de los espectadores de ese primer beso (y los nuestros también). Eso sí, a los cinco minutos ya están en la cama para tener su primera experiencia sexual. Primera experiencia sexual (y única) que debería ser muy trascendente ante dos seres que están esperando morir ("Una mujer desnuda y en lo oscuro/ desbarata por una vez la muerte", decía nuestro amado Benedetti). Bien, la escena está filmada como una más, con tan poco amor, tan poca pasión y tan poca piel (como es norma del cine americano no debe verse ni una teta, aunque supuestamente estén los dos desnudos), y la música que sirve de telón de fondo no emociona ni sobresale, como sí lo hacía la de "Love story" o "La última nieve de primavera", por ir al cine lacrimógeno barato.
Las únicas dos actuaciones que tienen peso son las de los veteranos Laura Dern (tan sensual que era de joven, acá haciendo de mamá), como esa madre que se debate entre el dolor y el dar esperanzas, con ambigüedades en su rol, y el siempre genial William Dafoe en un papel corto como el cínico escritor del libro que inspira a los adolescentes enfermos, toda una lección de mesura y ductilidad.
La visita a Amsterdam es una viñeta aparte. Además de gozar de la postal turística de esa ciudad hay una importante subtrama en la visita a lo que fuera la casa que escondió a Anna Frank, plagada de escaleras que hacen crucifixial el ascenso de Hazel con su tubo de oxígeno. Acá la tragedia y el sufrimiento que pesa entre las dos chicas hacen su paralelo y Hazel se convierte en la heroína moderna de lo que fuera su antecesora judía. El ascenso (¡el ascenso!) es celebrado con el primer beso de su galán como merecida recompensa a tan trajinado padecer con las escaleras. No deja de haber un cierto sadismo en su guía (la secretaria del escritor) en hacerla trepar por escaleras imposibles para llegar a lo más alto.
Yo que ya había preparado los pañuelos para llorar en grande, me resultó un chasco de película, recomiendo eso sí para los espectadores más desprevenidos que quieran emocionarse y llorar con convicción el modesto film "Un invierno en la playa" ("Stuck in love" -2012) que este año me sorprendió gratamente y me hizo llorar de lo lindo, con mi amada Jeniffer Connelly y Greg Kinnear, ya que de libros y desencuentros amorosos estamos hablando, con algún que otro roce con la muerte.
Ya saben, en la cartelera porteña (mi visión se limita a los DVD bajados de Internet) hay para todos los gustos y no todos tenemos que estar de acuerdo, hay quienes esta película les ha parecido una gran obra emocionante y todo es válido. Según el cristal con que se mire. Y ahora entendí tu pasión, Sabrinita, por irte a vivir a Amsterdam...

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