viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "La Nona" (Teatro)

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Hay una buena y una mala noticia. La buena es que el mejor actor argentino esté en plena actividad. La mala es que ya tiene más de 80 años y realmente, hay que ser realista, no le queda un gran futuro por delante (aunque deseamos que sí). Ver a Pepe Soriano en escena componiendo por primera vez en teatro y segunda en su carrera (la otra fue en el cine) a esa Nona diabólica que se como todo y a todos, es una experiencia mágica. Soriano siempre revela algo nuevo, siempre está distinto. No es el mismo Sr. Green de la obra homónima, ni es el tasador judío de "El Precio", ni el anciano adorable de "La laguna dorada", ni la dulce ancianita de "Conversaciones con Mamá", ni el Sr. Doolitle que cantaba y bailaba en "Mi Bella Dama", por nombrar sólo algunos de sus interminables trabajos recientes para el teatro. Acá compone con soltura y dando una lección de actuación a la siniestra abuela que habla en cocoliche y no para de comer y pedir.
La historia es bien conocida por todos porque este "estreno" argentino en la calle Corrientes fue vista por muchos espectadores a lo largo de su historia y porque Héctor Olivera la inmortalizó en la película del mismo nombre y con la adaptación de propio Tito Cossa, autor de la obra. La pieza se desarrolla en la cocina de una familia que supo tener mejores tiempos y donde prosperan los cajones de verdura como para instalarnos en ese puesto de feria que tiene Carmelo, hijo de la Nona, en donde vende frutas y verduras. En la casa además está su esposa María, que se la pasa cocinando, su hermano Chicho, un vago que trabaja de "artista", ya que compone tangos con su bandoneón (nunca compuso ninguno) y le tiene tirria al trabajo. Seguimos por Angiulla, la otra hermana y finalmente Martita, la hija de Carmelo y María que dice hacer turnos de noche en una farmacia pero bien sabemos que se prostituye, aunque esto a sus padres no les importe mucho, con tal de que entre un poco de plata a la casa. Y como figura omnipresente está la Nona, que reclama comida a todas horas, devora con voracidad todo lo que le ponen delante y va minando la economía de la casa. Se sumará al grupo Francisco, un italiano kiosquero a quien casan con la Nona y enseguida queda lelo y paralítico ya que esta le funde el negocio. Este es el micromundo de la pieza emblemática de uno de los fundadores de "Carta Abierta", el prolífico y destacado Roberto Tito Cossa. Pero la Nona sigue comiendo y la familia empieza a fundirse. De buenas a primeras empiezan a recortar gastos, hasta tener que vender el puestito de Carmelo y éste agarrar cualquier changa que se le presente.
Yo no soy muy amigo del grotesco ni de la comedia costumbrista nacional, pero esta valía la pena verla, porque "La Nona" funciona como metáfora, como símbolo. Puede serlo de muchas cosas, no nos queda en claro. Durante la dictadura se interpretó como que esa vieja eran los militares, que desaparecían gente. Hoy la Nona puede significar el kirchnerismo (aunque supongo que esa no es la idea de Cossa), que va diezmando una población argentina entera, acaparando puestos de trabajo con La Cámpora, cercenando el futuro de millones de argentinos que no pueden prosperar y otros que deciden irse. Claro, cuando ya están en la ruina total, han vendido sillas, mesa, televisor, sólo queda la cama de Chicho y las paredes, todos y cada uno de los familiares irán muriendo trágicamente, quedándose sola la Nona presagiando lo que va a comer el viernes, sábado y domingo y culmina con una luz que la ilumina en contrapicado y con la vieja riendo satánicamente. Pero "La Nona" puede ser también una ideología o un sistema de vida político ya se trate de capitalismo salvaje o de comunismo. Hay muchas formas de verla. Pero siempre incomoda, inquieta, perturba, modifica a quien la ve. Hay mucho de apunte pintoresco en la obra, y las carcajadas que provoca son más bien de desesperación que de otra cosa.
El trabajo de Jorge Graciosi en la dirección es ajustado y ágil, le da a la pieza una claustorfobia, un peso que otras versiones no lo tuvieron (no puedo hablar de la versión con el gran Ulises Dumont que fue quien la estrenó, porque no la ví, pero debe haber sido memorable). Y las actuaciones son un verdadero lujo, que la tornan una obra imperecedera e indispensable para pensar nuestra Argentina. Primero está el gran Pepe, "comiéndose" todos los aplausos y el odio de todos, un actor indispensable para poner en marcha el mecanismo de esta obra que también habla sobre el poder, la ambición y la demanda. Está otro grande, Hugo Arana, que compone a ese Chicho con calidez, arrastrando frases, haciendo lo que su trayectoria como gran actor le posibilita. Gino Renni en el papel de Carmelo demuestra que no sólo es un actor de comedias livianas y sofovichizado sino que sabe calzarse también el rol de actor dramático. Otro grande, Miguel Jordán en el rol de ese Francisco enamorado de "la Martita" y que es tentado a casarse con la vieja porque le dicen no le queda más que un mes de vida y tiene una gran herencia en Catanzaro. Mónica Villa demuestra que no hay papeles pequeños, hablando en falsete hace de esa Angiulla que llora y reza todo el día un personaje memorable. Patricia Durán como María está correcta, igual que Sabrina Carballo, que con su imponente cuerpo y sus lolas prominentes y sus minifaldas puede dar exacto en esa chica que le gusta tanto el sexo y cobrar por ello que termina muriendo por una enfermedad relacionada con eso.
Como les digo cuando un espectáculo me gusta y me parece valioso: lo recomiendo, no se la pierdan porque ya va a bajar de cartel dentro de poco, y hago mis más enfáticos votos para que tengamos Pepe Soriano por muchos años más, en plena posesión de su mente y su cuerpo como lo demuestra todas las noches festejando sus 80 arriba del escenario.
Gracias por leerme hasta acá de nuevo.

 El Conde de Teberito(un crítico independiente).

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