jueves, 5 de mayo de 2016

Mi crítica de "El Cabaret de los Hombres Perdidos" (Teatro)

Ver obra

Poniéndonos en condiciones después del triunfo de Chile por sobre Argentina en la Copa América (que acaba de ocurrir) me dispongo a criticar esta obra vista ayer por "Teatrix", la página de obras de teatro on line. La obra es de procedencia extranjera, de Christian Simenón y Patrick Layroca, y todavía no termino de decidirme si clasificarla dentro del buen o del mal gusto. No es para tanto, me digo... al fin y al cabo sólo tiene un acto medio chocante (de los siete en que se divide la obra), aquel donde se escenifica la filmación de una película porno gay... Pero esta semana, después de lo sucedido en la Facultad de Ciencias Sociales, me digo, esto es un juego de niños, tampoco muestran nada explícito ni demasiado grosero, y viendo las cosas a las que nos vamos a tener que acostumbrar en las Universidades y realizado por "investigadores", no es cuestión de santiguarse...
Pero vamos por partes. La dirección es de Lía Jelín, una mujer que siempre se mantuvo dentro del buen gusto y que le gusta andar por las cornisas. Los intérpretes son estupendos: el siempre exacto Omar Calicchio (Destino), Diego Mariani (sí, el mismo de "Ay! Carmela", totalmente distinto, como el barman), Esteban Masturini (Dicky) y por último y en una excelente composición de travesti Roberto Peloni (Lullaby). Al piano, el maestro Gaby Goldman (sí, también travestido). La anécdota empieza siendo divertida pero termina en un tono grave, si bien no pierde el humor durante toda la obra. Los chistes, si bien algunos son subidos de tono no van contra el mal gusto. No puede ser mala. (¿Me estaré volviendo muy quijotesco o muy alephiano de tanto leer a Borges o a su discípulo Umberto Eco?)
Todo sucede en un cabaret de mala muerte regenteado por el "Destino", con un barman gay activo/pasivo y una travesti totalmente asimilado como mujer, a dónde llega un muchacho desesperado, Dicky, corrido y golpeado por una patota. En resumidas cuentas que el Destino le ofrece para su estrellato ser actor porno, mientras que su vocación es la de ser cantante. Pero, le dice, es la manera de ascender... Le muestra su destino, que consta de 7 etapas, desde la "admiración" y la "identificación" por parte del público, hasta el "rechazo" y la "caída". Son los siete pasos por los que sin duda tendrá que pasar como todo artista. Después de la sesión porno (no teman, nada para escandalizarse) en donde se le reconocen sus "dotes" y se lo identifica por su pseudónimo de "Dicky, la boa constrictor", consigue una entrevista con la gran dama del music hall Delfina Glamour (una genial creación de Roberto Peloni), una actriz en decadencia por su alcoholismo, su miopía y su pierna ortopédica que le impide bailar (genial detalle este último, muy bien explotado cómicamente y en las acciones físicas). Delfina queda seducida por el muchacho a quien lanza a la fama como cantante... de ahí al fracaso hay sólo un paso.
Después vendrá el desfile por rutas del país, viajando en camiones o micros sin un centavo, comiendo mal y prostituyéndose hasta volver al cabaret para terminar muriendo por los golpes recibidos (literal y metafóricamente) a lo largo de su "carrera". No sin antes casarse con el barman y llevar una vida de sumisa "mujercita". El Destino le dice que inexorablemente ha cumplido con sus pasos en la escalada al éxito.
Pero hay algo más. Se trata de una comedia musical, así que todo está aderezado con canciones muy pegadizas que van desde la balada al jazz, pasando por algún vals. Todos son eximios cantantes y resuelven muy bien sus partes masculinas o femeninas. Además todos componen varios personajes durante la pieza, así que hay lugar para el desdoblamiento de caracteres y cambios de vestuario. Todo es tan lujoso como decadente, aunque parezca un oxímoron. Como dije antes las actuaciones son poco menos que perfectas, llevándose las palmas ese travesti de labios colagenados que tan bien le presta el cuerpo y la voz Peloni. La obra es larga, dura casi dos horas, pero la dirección la hace ágil y llevadera, aún en sus momentos más farragosos.
No voy a decir que es para todo público, pero sí para quien se atreva a internarse en ese cabaret de los hombres perdidos donde todos saben ser un poquito (bastante) gay y seducirse mutuamente unos a otros. Como siempre la interpretación pianística de Goldman es precisa y adecuada, amén de sus intervenciones como otro gay más del cabarute.
Para reir y pensar. Además se alzó con todos los premios Hugo que tuvo a su disposición. Véanla si tienen Teatrix porque ya no está en cartel.
Y gracias por leerme de nuevo hasta el final.
 El Conde de Teberito (un crítico independiente).

No hay comentarios:

Publicar un comentario