jueves, 5 de mayo de 2016

Mi crítica de "Un Judío Común y Corriente" (Teatro)

Hola, debo aclarar que estoy con una mancha tipo mosca en el ojo derecho que me dificulta mucho la visión y por lo tanto se me va a hacer cuesta arriba escribir estos comentarios, tal vez haya sido una hemorragia por mi diabetes o un golpe de presión por una noticia mala que me dieron... vaya uno a saber, lo cierto es que voy a tener que visitar al oculista... Pero como ayer fui a ver esta obra me debo a mis lectores y acá llega la crítica.
Debo advertir antes que nada que no es Gerardo Romano santo de mi devoción... no sé, siempre lo noté medio asquerosito para hablar en reportajes, dando ese aire de snob, de "superado", del que está de vuelta de todo... Pero fui a ver la obra ya que tenía muy buenas críticas y que decían que era una clase magistral de actuación. Y no se equivocaron. Lo que vi es digno de un actor con todas las letras, asentado en su oficio y a la vez aprendiz para sorprenderse de todo lo que ocurre en la escena. Gerardo Romano es un gran actor, no cabe duda, y además viene acompañado en la dirección por ese Rey Midas que es Manuel González Gil, fundador entre otras cosas del grupo "Errare Humanum Est" (Marrale, Arana, Leyrado, Grandinetti) con quienes llevó a cabo muchas de sus interpretaciones.
Pero vamos a la obra. Partamos de la base que un "judío común y corriente" es un oximorón, porque tal cosa no existe, cada judío está atravesado por el sufrimiento, del exterminio, de los campos de concentración, de la discriminación, del prejuicio del "avaro", del fantasma de Shylock... Todo empieza cuando Emanuel Golfard es invitado vía telefónica para dar una charla a los alumnos de un profesor de historia sobre qué es ser judío. Pero el mensaje que este profesor deja en su contestador lo hace sentir como un espécimen a ser analizado, observado, viviseccionado, criticado o sentido lástima y luego desechado, entonces, de plano rechaza la invitación. Pero a partir de allí empieza un monólogo sabrosísimo sobre la esencia del ser judío en este y todos los momentos de la humanidad. Comienza con los recuerdos de tantas fotografías que guarda en una caja que corresponden a campos de exterminio distintos y que componen su familia. Sus padres, por suerte se salvaron, su padre fue "invitado" a salir de Alemania en 1946 para vivir en Inglaterra y volver 10 años después, y su madre fue sobreviviente de cinco años en Auschwitz. Fruto de esa relación nació él, Emanuel, pensador, periodista y escritor que nos ubica en el presente. Con un padre decididamente ateo y una madre más religiosa que le inculcó el ayuno sabático (que mantuvo hasta grande, hasta que se dio cuenta que era una ridiculez), cada desplazamiento en el escenario de Romano tiene su razón de ser, hasta tiene una bolsa de arena de las que utilizan los boxeadores para descargar su ira. Es muy notorio que parte de la gran biblioteca que sirve de fondo escenográfico está ocupada por el cuadro del noruego Edvard Munch "El Grito" (utilizado por todos los psicoanalistas del mundo para definir la angustia) y que ese cuadro sea siempre fondo, no pase al rol de figura en ningún momento. Sí lo es el cuadro de los cuatro judíos que él eligió para crear su propia visión de la religión (Freud, Einstein, Jesucristo y Marx), hasta que la descartó por darse cuenta que él no estaba al nivel de ninguno de los cuatro. La consigna de este cuarteto era la misma que usaba su padre: "Hay que desprenderse de todo lo viejo. Hay que crear cosas nuevas, pero mejoradas". De esa forma su padre podía comprar una cafetera nueva o los cuatro genios reformular viejas teorías y cambiarlas por algo nuevo y mejorado. 
El monólogo que sostiene de forma permanente durante hora y media es jugoso y no da respiros, pasa de la angustia al horror, de la ironía al intento de suicidio. Lo que se olvidó el autor, Charles Lewinsky (nada que ver con Mónica "Lengüisky"), fue implementar el humor judío (tan emblemático) como forma de alivianar conflictos y de sobrevida. Mel Brooks decía que por cada nueve judíos que sufren, uno vino al mundo para hacerlos reir de sus desgracias. Y así debe ser porque el humor judío no tiene parangón en el mundo entero (desde Chaplin, pasando por los Hnos. Marx hasta llegar a Woody Allen), como modo de superar el propio sufrimiento. La obra es absolutamente seria y más allá de alguna que otra fina ironía no deja espacio para el humor. Es por lo menos, extraño.
Pasando por su infancia, sus enseñanzas religiosas, sus estudios, su casamiento con una cristiana (no presentada a sus padres), el nacimiento de su hijo Michael, su pretendida circuncisión (y llevada a cabo) lo que lo hizo separarse de su esposa, una etapa mística en la que se entregó compulsivamente a llevar a cabo cada uno de los rituales judaicos, su profesión como periodista escritor, va transcurriendo la vida de Golfard. Pero lo que vemos en el escenario, más acá del típico lamento judío, es un derroche de vitalidad, sorpresa por un texto que parece fluir solo, incluso equivocándose y corrigiéndose, como dicho al pasar, un histrionismo digno de un unipersonal, que, como decíamos en el caso de Geretto, el actor debe "seducir" al espectador para tenerlo atrapado hora y media. Y este es el caso, es imposible apartar los ojos de ese Golfard/Romano que hasta se atreve a tocar el órgano y cantar en idish y manejarse con su dialecto como uno más de la colectividad.
Es un espectáculo para no dejar pasar, atentti que quedan dos semanas en cartel o algo así. Es en el Maipo Kabaret y la sala es chica pero confortable y la entrada no es demasiado cara. Corran a verlo porque es digno de las grandes capitales teatrales del mundo. Me lo van a agradecer.
Lo que me molestó fue el signo de la V de la victoria peronista que hizo durante el saludo final, como si todo el mundo tuviera el deber de compartir su misma ideología. Todo lo libertario de su mensaje en la obra se vio opacado por un símbolo netamente verticalista...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente -al que le tengo que dar, le doy-).

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