viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "El Principio de Arquímedes" (Teatro)


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"Todo cuerpo que se sumerge en un líquido experimenta un empuje hacia arriba igual al volumen del líquido desalojado"  Ese es el principio de Arquímedes, lo recuerdo bien del colegio secundario, pero sobre todo me lo hace recordar el Maestro Rabinovivh cada vez que veo/escucho "La gallina dijo Eureka". Pero vamos a la obra, que si bien no habla de este principio hace referencia a la inmersión en el agua. Vamos por pasos. Yo debo tener algo de vidente, pero tengo un sexto sentido para el público: cuando veo llegar hombres "sospechosamente" solos (yo soy uno de esos, aunque por otros motivos), o parejas de hombres, digo instantáneamente, esta obra tiene contenido gay. Y acerté otra vez. Yo no conocía la trama de la obra pero me desayuné cuando ví a una minoría selecta del público (a no confundir, también había parejas heterosexuales, mujeres solas o mujeres en compañía de otras mujeres).
Ya desde que uno entra en la sala se instala en la obra, ya que la luz de sala es verde, acompañando a esa escenografía de vestuario de natatorio y un sonido que hace recordar al ebullir de las peceras. Ninguna otra decisión más acertada. Porque lo que crea la obra es un microclima, un ecosistema de pecera, cerrado, donde el exterior parece no existir, nunca se habla del afuera en todo la hora que dura el espectáculo, y parece como si los profesores de natación comieran y viviesen ahí dentro, sin tener contacto con el mundo exterior. Sólo al final, cuando los chicos y padres irrumpen como una horda salvaje desde el exterior lanzando piedras, nos damos cuenta que existe un "afuera".
La anécdota es sencilla pero perturbadora. Sólo cuatro personajes, dos profesores de natación, Rubén (Meloni) y Héctor (Slipak)y la directora del Instituto, Ana (Spelzini) y David, el padre de uno de los chicos (Rueda). Resulta que un padre se fue a quejar con la directora de que el profesor de los Caballitos de Mar (los más chicos), Rubén, a saber, le dio un beso en la boca a uno de los púberes. La directora enfrenta a su subordinado y le pregunta si eso es verdad a lo que él lo niega, simplemente dice que ese chico no quería sacarse el flotador y él lo abrazó y lo besó en la mejilla. Y lo va a negar hasta el final. Pero no hay nada peor que se instale una duda. ¿Dónde está la certeza? ¿Quién puede tenerla? ¿Se pierde toda la confianza? ¿Late el peligro de otras perversiones peores? Lo cierto que la relación entre los dos profesores es bastante ambigua, mientras Rubén se considera el carismático, el pintón, el piola y se exhibe constantemente sólo con su tsunga, Héctor es más correcto y recatado, hasta le reprocha que haya subido a una de las chicas del otro grupo a su Facebook. Los "Caballitos de Mar" no pasan de los 3 ó 5 años, mientras que los "Delfines" (a cargo de Héctor) rondan los 12 años. Hay un par de frases que descolocan por parte de Rubén, como que algunas de las chicas del otro grupo "le miran el bulto" y que dos o tres varoncitos "se la comen". Esto y algunas insinuaciones sexuales solapadas que Rubén le hace a Héctor puede ayudar a definir su condición de gay. Es más, los dos desnudos que hace ante la directora lo demuestran como un joven de muy buen físico y bastante bien "armado" (esto lo puedo decir desde mi perspectiva de heterosexual, como aquel Profesor de la magistral obra de Tito Cossa "Yepeto", que le pedía a Antonio que se desnudase sólo para contemplar la belleza del cuerpo masculino y entender cómo su alumna podía estar enamorada de él). Pero son muchas las indagaciones que se hacen (le pregunta la directora, se lo pregunta Héctor) si es gay, ante la constante negativa por parte de Rubén. Lo que queda es la duda, una sospecha de que aquellos a quienes damos a confiar nuestros hijos puedan tener ideas perversas en su mente. De lo que trata la obra es de la paranoia que se ha instalado actualmente en la sociedad de que todo aquel que mire, trate con ternura o tenga algún gesto de acercamiento a un chico puede ser un perverso o alguien que quiere dañarlo. Ana cuenta anécdotas de cuando ella era entrenadora de boys scouts y vemos como han cambiado los tiempos. Finalmente se desata la ira y todos los chicos junto a sus padres intentan tomar el natatorio y arremeten a pedradas. La pregunta final es seca pero demostrativa. Rubén pregunta a sus compañeros antes de llamar a la policía: "¿Ustedes confían en mí?" El silencio es la mortal respuesta.
Es decir, una obra que abre interrogantes de quienes somos, quienes tenemos al lado o creemos tener y la sospecha siempre constante que se ha instalado en todos aquellos que tienen relación con chicos. Una de las razones por las que decidí no dar clases de teatro para niños es esa (la principal es que no sé cómo enseñar teatro a chicos, ya que es muy diferente la pedagogía de hacerlo con grandes o adolescentes) pero siempre puede existir la sospecha de que un hombre al frente de niños es alguna clase de pervertido y todo lo que haga puede llegar a ser mal interpretado. (A razón de esto recomiendo ver la extraordinaria película danesa "La Caza", de Thomas Vitenberg, que apunta al mismo tipo de conflicto).
Como siempre, una obra para recomendar, están excelentes todos sus actores, pareciera que el trabajo lo hacen de taquito, pero el trabajo de Esteban Meloni, que ha construido una ambigüedad inquietante y subliminal (esto se percibe recién después de dejar la sala y cuando han pasado muchas horas) es de una minuciosidad extraordinaria. Beatriz Spelzini como siempre está magnífica, en una labor que la hace llorar soterradamente casi toda la función (es una madre que ha perdido un hijo de 16 años por suicidio) y los demás están correctos.
Vayan a verla porque se dio en el San Martín el año pasado y ahora uno la puede disfrutar en el teatro Apolo pero sólo hasta fines de febrero. Acá mi recomendación. Y gracias por leerme hasta el final de nuevo.
El Conde de Teberito (un crítico independiente)

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