jueves, 5 de mayo de 2016

Mi crítica de "Las Noches de Cabiria" (Cine)

Preparando el seminario "Federico Fellini: el Mejor director de la Historia" me tocó ver una obra impresionante: "Las Noches de Cabiria" , de 1957, ganadora del Oscar al Mejor film extranjero de ese año. Cabiria (la gran, la enorme Giulietta Masina, considerada después de "La Strada" como "la mejor actriz del mundo") es la prostituta hosca, severa, aniñada, clown, con algo de circo y de Chaplin en su andar y en su moverse, está signada por la fatalidad. Película cíclica, empieza por un novio que le roba la cartera y la tira al río, de donde casi se ahoga y vendrá un renacimiento, hasta ese final con el tierno y sensible Oscar que le habla de matrimonio, le hace vender su humilde casa y todos sus enseres y promete llevársela con él, y a último momento le roba la cartera con todo el dinero ("todo" lo que ella tiene en la vida) y hay una nueva muerte y un nuevo renacimiento.
Fruto del más acendrado Neorrealismo de Fellini asociado con el fantástico, y en colaboración con otro grande: Pasolini, "Las Noches de Cabiria" vuelve a internarnos en ese universo que más le interesa al Maestro italiano: la noche. Es de noche en que vive Cabiria y ejerce su oficio junto con otras "chicas" de los barrios bajos de Roma, es de noche cuando vive su frustrada aventura amorosa con el actor Amadeo Nazzari y de noche es también el episodio de las grutas, ese lugar inhóspito donde viven los pordioseros y que un samaritano laico les lleva lo necesario, oponiéndose al episodio de la peregrinación a ver a la Virgen, la "madonna" al que concurren todas las prostitutas pidiendo cumplir sus sueños (ninguno será cumplido, dicho sea de paso) como diciéndonos Fellini que cree en los milagros cinematográficos pero no en los de la iglesia. Esta secuencia está rodada de manera más piadosa que la de "La Dolce Vita", sin embargo, por la ausencia de los medios de comunicación que ejercían de intermediarios. Acá sólo la voz del cura sale amplificada por un micrófono para que todos los fieles puedan oírlo y la llegada al templo se ve coronada por un gran cartel de neón o de centro de variedades que dice "La Santa Virgen". Allí Cabiria, con los ojos llenos de lágrimas implora un milagro: "cambiar de vida", es decir, casarse, tener hijos, llevar una vida limpia, lo cual también será imposible para esta mujer encerrada en un cuerpo de niña. La escena de la peregrinación de los tullidos es realmente patética. El tío del proxeneta va con sus muletas a pedir un milagro y se deja caer en el suelo esperando caminar, milagro que no se produce. La larga marcha se completa con hombres y mujeres descalzos por el campo y otros directamente avanzando de rodillas. El encuentro con el rebaño de ovejas nos hace recordar a Buñuel, y también hay un puesto donde sacarse fotografías posando en un escenario campestre.
La candidez adolescente de Cabiria es materializada a la vista todos por el mago de variedades, cuando la hipnotiza ante un público de rufianes y le ciñe la cabeza con una coronita blanca y ella recoge imaginarias flores para un amor adolescente. Pero cuando el mago la despierta, un cruel movimiento de cámara hace que la platea se acerque a su punto de vista, con lo que la realidad irrumpe brutalmente en su frágil ensueño. Ese acercamiento de cámara, acompañado por la intensificación de la luz y del sonido es uno de los efectos más modernos y "felinianos" de la película. También lo es el ruido del avión superpuesto a su vuelta a la vida tras el chapuzón como genial expresión de su malestar. Por su carácter intempestivo, expresa una inadecuación del mundo, como si la protagonista hubiera sido expulsada del paraíso. Igual efecto utilizará en "Giulietta de los Espíritus" para mostrar un pasaje de la pesadilla a la vigilia.
Escenas de prostitución no hay en la película. Cabiria no tiene sexo para ofrecer, sólo dinero, como lo muestra en la última escena. Es la prostituta niña que nadie podrá desear. Incluso en su incursión con el actor Amadeo Nazzari, la figura inaccesible e intocable que la lleva a su palacete de cristal para una noche de amor se ve disuelta por la aparición de su ex amante. Ella es escondida en el baño y se convierte en una "voyeur" ya que ve toda la escena desde la cerradura, como por una película circular, convirtiéndose así en el tercero excluído del triángulo edípico. Es más, el saber que hay una prostituta viéndolo todo desde el baño estimula la excitación de los amantes.
El principio y el final de "Las Noches de Cabiria" son muy semejantes. En ambos casos la confianza depositada en un hombre se ve súbitamente traicionada, sin que antes nada hubiera hecho temer a la víctima las intenciones de su agresor. Sin embargo, da la impresión de que el último episodio, toda la historia de Oscar, es una fantasía de la propia Cabiria, el resultado de su ferviente petición a la "madonna" de un cambio de vida, mezclado con los delirios suscitados por el prestidigitador. Cuando se salva de la muerte a manos de Oscar (cuya intención en ningún caso ha sido matarla sino quedarse con su dinero) Cabiria vuelve a cruzar el bosque, lugar de la iniciación, y sale a la ruta, donde se ve rodeada por gente alegre que van o vienen de una fiesta. Es el carnaval de la vida que la envuelve de nuevo, preparándola para otra aventura exterior o interior, y al mismo tiempo un final de la representación (figura clave en el cine de Fellini), un saludo, que incluye una breve mirada a la cámara ante la que ha desplegado sus fantaseos e interpretado los de su autor.
En suma, una película que vale la pena atesorar y ver una y otra vez porque nos enseña a creer en la ilusión, en la esperanza, en la vida...
Gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico imparcial)

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