viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "Historias de Diván-La Obra" (Teatro)

Ayer fui a ver esta obra con toda mi esperanza puesta en ella por dos cosas principalmente: había leído el libro original y por el afecto y la confianza que le tengo al Lic. Rolón como terapeuta. La trama se basa en dos casos analíticos de "Gabriel", como se autodefine el personaje a cargo de Rolón: el del Padre Antonio y el de la adolescente Majo, sin duda los dos más movilizadores de todo el libro. Debo confesar que no esperaba encontrarme con una obra tan emocionante, que me arrancó lágrimas de verdad, las del dolor más profundo y más íntimo, y además me hizo reflexionar sobre la labor del terapeuta, algo que por mis estudios, conozco de sobra. Empecemos diciendo que la obra no es tal, es sólo las sesiones de dos pacientes con su analista y las de éste con su control (control se llama al analista del analista, con quien repasa sus casos más complicados). Comencemos diciendo también que Rolón no es un actor, actúa, sí, pero hace de sí mismo, con su tono depurado al hablar y a veces hasta subiendo el tono de sus palabras para convertirlas casi en gritos (supongo que a los efectos de la acción dramática y del climax de la obra, ya que un psicólogo no le gritaría nunca a sus pacientes). Los otros sí son actores, está Roberto Catarineu (que puede hacer de analista control como de bailarín de tap en "Vale Todo" o de payaso en "Vivitos y Coleando", es un todoterreno), Alejo García Pintos (algo esquemático en su cura, con movimientos rígidos, poco plástico, como por si ser cura tuviera que ser acartonado) y la magnífica Malena Rolón (hija de Gabriel, revelación, sí).
"Cuando yo festejaba mis cumpleaños era feliz. Nadie había muerto todavía", son las palabras del poeta portugués Fernando Pessoa, con que Rolón comienza su espectáculo. Y es para explicar que el psicoanálisis se va a encargar de eso, entre muchas cosas, de afrontar el dolor de las pérdidas. Pero dice Freud que las dos cosas básicas que preocupan al hombre son el sexo y la muerte. Y aquí se va a tratar de eso, en cada uno de los casos.
El Padre Antonio viene a ver a Gabriel porque se siente acosado por la culpa (un término más bien impuesto por la religión judeo-cristiana, con el que tiene que lidiar constantemente el psicoanálisis), se siente culpable por sus enojos, por su bronca, porque no es capaz de contenerse retando a los chicos que vana su parroquia a ser adoctrinados por Mary, una mujer de 26 años a la que Antonio se rehusa a llamar por su nombre: Mariana.
Todo no sería sino dos sesiones paralelas de sendos pacientes sino fuera porque el director Carlos Nieto la ha dosificado muy bien, presentándonos pequeños fragmentos de las sesiones interrumpidos por las reflexiones del analista, sobre qué debe contestar, cómo debe reaccionar en cada caso, etc. Hecha la transferencia y la contratransferencia empiezan las sesiones. La de Majo es más abrupta. Se conocen en una fiesta, ella es una joven avasallante, llena de vida que le impone a Gabriel que será su paciente. A la primera sesión le dice que quiere ser cantante y bailarina y que la intriga el misterio de la muerte. Se lo empezó a preguntar a los 6 años cuando murió su abuela, con la que hablaba de todo y era su confidente. Un buen día quiso saber qué había detrás de eso e intentó matarse. Por suerte la salvaron. "No podés saber lo que es la muerte porque nadie lo sabe. Y no se puede saber todo en la vida", le puntualiza el Lic. Gabriel.
Seguimos con Mary (Mariana). Rolón se enoja porque no sabe interpretar lo que oculta Antonio, hasta que su control se lo hace ver: somos psicoanalistas, no nos interesa el sentido ni el significado de las palabras sino cómo están dichas. Y ahí se le ocurre a Gabriel preguntarle quién es Ana. Antonio se retrotrae a un día de la primavera en que tuvo una experiencia sexual con su compañera de clase Ana y él no "pudo". Sí en cambio le quedó muy grabado el sonido de los gemidos y el ruido de la cama que venían de la otra habitación, donde estaba Roberto, su mejor amigo con otra chica. "Pero lo que hicimos con Roberto no fue tan grave" suelta en otra sesión Antonio. Resulta que a los 5 ó 6 años habían jugado a penetrarse entre ellos (consiguiéndolo) y él había disfrutado de la penetración de Roberto, había gozado como nunca. El día siguiente al hecho de la primavera le ocurrieron dos cosas fundamentales, su madre murió y él decidió tomar los hábitos.
"Tengo leucemia", le descerraja Majo a Gabriel en una sesión. Y a partir de allí nada será igual. El dolor se instala en la sala y en el propio Rolón. "No te puedo prometer que no te vas a morir", le dice él. Y ella la luchará hasta el final. Pero finalmente muere. Y el dolor es inexplicable. El analista ya no puede poner en palabras la muerte. Llora. Vacío. Nada. Acá es dónde me tocó con más fuerza porque ver desaparecer de la tierra a esa joven hermosa que se llevaba la vida por delante y tenía tantos proyectos me remitió a una historia conocida por mí. Ella tenía 16 años, era compañera de mi primo en la secundaria y la conocimos el día de su graduación (la de él, ella no porque por su enfermedad faltaba la mayor parte del tiempo al colegio). Era hermosa, primer promedio de la clase... y tenía leucemia. La ví sólo esa noche, pero bastó para enamorarme de ella, tan blanca, tan rubia, tan delgada. Un día murió. Me enteré por mi primo. De nuevo el vacío. La nada. La desesperación.
En el caso de Antonio Rolón le interpreta que lo que le decía su madre "Nada escapa a los ojos de Dios" y otros detalles sobre los que no me voy a explayar, determinaron que Antonio se sintiera culpable de la muerte de su madre por su desliz con Roberto. Aquí decide suspender el tratamiento, quedándose con la duda de si es homosexual o no. Y le pregunta a Gabriel si él nunca creyó en Dios. "Creí -contesta él- pero cuando murió mi padre, y yo recé tanto para que eso no ocurriera me sentí estafado, cómo un Dios que se dice misericordioso puede infligir tanto dolor a una persona. Desde entonces decidí seguir por el camino de la razón y tratar de ayudar a la gente desde esa postura". Conceptos como este hay muchos que se desgranan a través de la obra.
Una obra que no atraerá a más que adictos al análisis o curiosos que quieran ver como funciona una terapia y la cabeza y sentimientos del terapeuta por dentro. Pero que no dejará indiferente a nadie. La recomiendo no sólo con el corazón, con las tripas, con el alma, con el sexo... Vayan a verla porque los dos casos que cuenta son verídicos y porque sobre el final aconseja que todo el que tenga un dolor, un deseo, o simple curiosidad de saber más de uno, no dude en llamar a un terapeuta que se preparó toda la vida sólo para eso, para ayudarnos a estar mejor con nosotros mismos, aunque el camino sea duro, espinoso, doloroso, fatigoso... pero el resultado habrá valido la pena.
Gracias por leerme una vez más y perdón por extenderme tanto, sucede que el tema me apasiona.
El conde de Teberito (un crítico independiente).

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