viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "El Comité de Dios" (Teatro)

En Estados Unidos, hay anualmente 85.000 pacientes esperando un trasplante de corazón. Sólo 10.000 donantes es lo que aparece. Es decir, para ser claros, que 75.000 se irán al tacho. Por eso es imprescindible que se establezca en el Centro de Transplantes donde transcurre la obra, un comité, un grupo encargado de dictaminar a quién le corresponde el corazón y a quien no. Ese comité omnipotente ha sido asignado intramuros como "el comité de Dios", del que participan el médico cirujano cardiovascular, el director del proyecto, un asistente social, una psiquiatra, una enfermera capacitada y un religioso. Lo que sucede en la obra no es ni más ni menos que la discusión en caliente, de a quién asignarle un corazón, con 40 minutos de margen porque el donado al que se iba a trasplantar murió en la mesa de operaciones y el órgano debe ser asignado a otro. Son tres enfermos los posibles receptores de ese corazón: Mayer, la señora Williams y Nicolás Pratt. Todos tienen sus pro y sus contras y es una discusión acalorada, con gritos e insultos lo que se suscita en torno a esos minutos cruciales. Lo que inclina la balanza es que Pratt es multimillonario, y su padre ha designado una donación de 50 millones de dólares al Centro para construir un pabellón nuevo en caso de que su hijo sea operado con éxito. Esto desencadenará los reparos morales de todos y las agachadas de otros.
El elenco es tentador: Gustavo Garzón, Alejandra Fletchner, Roberto Castro, Gonzalo Urtizberéa, Héctor Díaz, Julieta Vallina y Ana Garibaldi. Por fin ví a un Gustavo Garzón diferente, no tan canchero ni cínico como se presenta siempre (por lo menos hasta "Buena Gente", con Mercedes Morán, no lo ví en "El hombre elefante", que duró muy poco), es un hombre sensato, presidente de ese comité, que vuelve tras un largo reposo, ya que tiene un cáncer de estómago terminal que le da seis meses de vida y desde donde se replantea muchas cosas, como por ejemplo no destinar el corazón al millonario (a pesar de que falseó su examen de nivel de cocaína en sangre y lo hizo pasar por haber tomado amoxicilina (un antibiótico) para que este examen diera positivo, llegando a ponerle las pastillas en su campera). Está también el personaje de la Fletchner, una psiquiatra a la que se le ha suicidado recientemente su hija quinceañera drogadicta, muy bien resuelto, sin altisonancias, por esta encomiable actriz que empezó en el under. El personaje de Urtizberéa me hizo ruido, es el jefe de operaciones cardiovasculares, con grandes presiones y responsabilidades encima, pero por sobre todo un ser repugnante y cínico. Pero es repugnante y cínico todo el tiempo, no hay frase que él no diga que no esté llena de agresión y desprecio,, y hasta el ser más abyecto, no se comporta así en todos sus actos, en algún momento de su vida se deja de ser repugnante y cínico, y el personaje no le da tregua. Me parece el menos imaginativo de la obra. Roberto Castro, como ese cura y abogado dicharachero y juguetón, pero a la vez responsable está muy bien y Héctor Díaz, como el asistente social paralítico que se desempeña en una silla de ruedas y pone el costado de humor a la obra también está bien. Julieta Vallina, como la representante de otro cardiocirujano que se atrasó en un vuelo presta emotividad y sensibilidad a la obra, al igual que la perfecta enfermera de Ana Garibaldi. La dirección corrió a cargo de Daniel Veronese, un viejo conocedor del teatro (pese a su juventud) y es exacta en el desarrollo de una obra que dura exactos hora y media pero que transcurren como si hubiesen sido diez minutos.
Después de pesar todos los contenidos para la recepción del órgano vital: edad, peso, contención familiar, expectativas de vida, posición social, salud general, cumplimiento del tratamiento, un intento de suicidio en el caso de la señora Williams, abandono de familia y carácter ermitaño en Mayer, rechazo a la paternidad y a hacerse cargo de su esposa en Pratt, se decide que el corazón debe ser para la señora Williams. Pero las tramas y sub tramas que abundan en la obra son infinitas y excedería mi marco explicarlas y además no tiene interés para quien no haya visto la obra. Una obra que, sin actuaciones memorables, transcurre con buen ritmo y un interés que no decae del principio hasta el fin. Lástima que hoy baje de cartel. Ah, y es de Mark Saint Germain, el mismo autor de la excelente "La última sesión de Freud". El que tenga tiempo de ir a verla hoy, mis mejores recomendaciones.
Y gracias de nuevo por haberme leído hasta el final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario