jueves, 5 de mayo de 2016

Mi crítica de "Un Fin de Semana en París" (Cine)

Está verificado que para mí, las mejores películas son las más simples, las más chiquitas, las más alejadas de la parafernalia de los efectos especiales tipo "La Guerra de las Galaxias" o "Los Vengadores" (algún día hablaré de mi especial historia de desamor con "Avatar", la cual todo el mundo ponderó). "Un fin de semana en París" es una de esas, de las películas que no pasarán a la historia (del cine, sí, tal vez a la personal) por su economía de recursos. La película de Roger Michel del 2013 que se estrena recién ahora en nuestro país tiene ese pedigree: habla de la vejez, del amor, de la cercanía de la muerte, de la fidelidad y de la complicidad amorosa. Nada más y nada menos que de todo eso. Cuenta con dos rostros que son sinónimo de calidad para el cine: Jim Broadbent (Oscar por "Iris, recuerdos imborrables") y Lindsay Duncan, dos veteranos que hacen de la sensibilidad y la expresividad su arma de combate. También anda por ahí Jeff Goldblum con el pelo cortito y su cara de psicótico cada vez más definida (con el pelo corto parece más esquizofrénico que cuando lo tenía largo).
La pareja son Nick y Meg Burrows, él un profesor de filosofía y escritor que ha sido jubilado de prepo en la universidad donde dictaba sus clases; ella, profesora de biología suponemos que también jubilada. Llegan a París a pasar un fin de semana tranquilo y lo primero con que se encuentran es con un hotelucho miserable que les han asignado y salen corriendo (literalmente, ya que las locuras que hacen estos dos están a la orden del día) a buscarse otro más lujoso, que al final de la película nos desayunamos que no lo pueden pagar. Ya establecidos en el hotel salen a recorrer París, a respirar su aire, a caminar sus calles, a vivir sus días y su noche. Acá -cosa rara- París no está mostrado como postal turística sino de simple marco, de cálido acompañante de la historia a contar, no se hace exhibición explícita de sus monumentos, museos ni plazas para el consumo del espectador ávido por la imagen. La pareja se ama, sin duda, y se lo comunica con besos, caricias y abrazos todo el tiempo (¿ya están viejos para el sexo? parecen preguntarse/contestarse ellos), pero entre los dos hay sordideces nunca aclaradas. Él cree que su mujer le fue infiel una vez, y ella se queja ante un oyente imparcial: me tratan de puta y yo ni siquiera pude intentarlo. Ya no son los de antes, tienen un hijo que ha volado de su casa dejándolos solos, enfrentándose a ellos mismos (de eso es de lo que trata el film, de mirarse al espejo y reconocerse) y que tiene una casa alquilada por sus padres que está infestada de ratas y en donde no hace otra cosa que drogarse y mirar televisión. La muerte los acecha por todas partes, la jubilación obligada, un golpe mal dado que lo deja lleno de machucones, la tremenda responsabilidad de la fidelidad los reúne. En una parte de la película están viendo por televisión otra película: se trata de "Bande-a-parte" de Jean-Luc Godard, la célebre película de 1964, que no será del todo inocente: las carreras que hacen ellos dos son iguales a las que hacían los muchachos godardianos  por el Louvre, y el baile de los tres al final está calcado del baile de los dos muchachos y la chica de ese film.
En un momento en que Nick besa apasionadamente a Meg en la calle son sorprendidos por Morgan (Goldblum), viejo alumno y compañero de correrías y debates de Nick, devenido también filósofo y escritor, que está haciendo una reunión para festejar la salida de su nuevo libro y los invita a la velada. Justamente la "velada" servirá para que se corran algunos velos en la pareja, y así Nick se confiesa con el hijo adolescente de Morgan que nunca pudo separar el sexo del amor en su vida, y que nunca consiguió tener sexo con otra mujer que no fuese su esposa; ella a su vez es cortejada por un escritor más joven quien la invita a irse a tomar un trago al bar de la esquina. Ella acepta, y tras escuchar la confesión de su marido, le cuenta de su aventura todavía no llevada a cabo. Esto termina por destruir al atribulado y neurótico Nick y cuando se organiza un brindis por él habla de tirarse por la ventana si su esposa va a tener una aventura por ahí. Lógicamente ella no va y salen abrazados de la fiesta. Un detalle de color. Cuando van a comer a un restaurante muy caro ella le propone no pagar la cuenta y salir corriendo rumbo a las calles de París, igual que hacía nuestra China Zorrilla (Elsa) con Manuel Alexandre (Fred) en esa maravilla ahora reciclada por los norteamericanos que se llamó "Elsa y Fred" y transcurría en España.
Bueno, puro goce para el espectador de esta película que tuve la dicha de bajar de Torrent y que creo todavía se está dando en algunos cines de la Capital. El que tenga ganas de un cine de sentimientos, de trabajos actorales bordados con solvencia (¿les dije que tanto Jim Broadbent como Lindsay Duncan tienen una profunda carnadura humana?) filmada por un ignoto (para mí) Roger Michel y que tiene ya dos años de filmada; por favor no se pierda esta maravilla que como les dije antes no quedará en los anales de la historia cinematográfica pero sí quedará en mi anal...
Gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente)

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